Reflejos de la épica

Reflejos de la épica

Por Juan Bautista Durán

Que la primavera se fue en un suspiro, eso decíamos, y decimos todavía, ahora que empieza el verano y con suerte nos traerá un ritmo más pausado. El clima manda, es determinante. No hay épica en verano, o si la hay es de otra índole, no la de quienes cruzan medio mundo y remedan el viaje del héroe, sino más bien la de quienes inventan nuevas formas creativas o deben luchar contra las llamas, y en esa refriega, sin quererlo, alcanzan los nueve círculos del infierno descritos por Dante. Éstos, que iban para la eternidad, que estaban marcados con este sello, se están haciendo año tras año más patentes. Y no sólo por el calor. Claro que con él se agrandan, eso sí, pues en el fuego prenden nuestros instintos más básicos y lamentamos no habernos quedado en el limbo, medio suspiro antes de la primavera. Sabemos de algunos que no les fue nada mal ahí.

         Para evitar la confusión de los círculos dantescos lo mejor es acogernos a la ironía y el humor, tal como, de forma indirecta, sugiere Ana Santamaría en su intervención en la Semana Internacional de las Letras en Español, Benengeli 2023, organizada por el Instituto Cervantes y que congregó a una sesentena de destacados autores; entre ellos, tres con obra publicada en Comba: Karla Suárez, Ana Santamaría y Tomás Browne.

La autora burgalesa, a propósito de los cuentos reunidos en Libres (Comba, 2023), dijo silenciar las grandes batallas de la épica, las pruebas de valor que tienen que ver con la muerte y el vértigo, para poner de relieve la necesidad de vivir de los personajes, de la gente común, que se debate en una realidad tiznada de ficción y ha de lanzarse en busca de una historia que le confirme quién es. Es fácil apreciar esto en el cuento que da título al libro o en ‘Se llamaba Hansel’, por citar dos de ellos, en los cuales, sin acudir a grandes hechos y sirviéndose de un humor sutil, Santamaría traslada al lector algo muy próximo a la épica. Al respecto, dice: «Valoro del género lo que significa contar; es el cauce adecuado para transmitir una cosmovisión».

         Acudió también a hablar de la épica Tomás Browne, poeta y pintor, además de jardinero, que en sí mismo y sin necesidad del elemento trágico podría transmitirnos la idea de epopeya. Su poesía, dijo, está vinculada con la expresión gráfica de la naturaleza y con la ruina. La poesía, para él, es «un hallazgo interior que se presenta en forma de ruina» y el cual convive con las leyendas y mitos que se reescriben y reinterpretan, formando nuevas capas. En ellas está el reflejo del poeta, asegura, quien en su tarea dice algo que está descubriéndose.

         Para referirse a estas ruinas Browne suele emplear el término palimpsesto —«manuscrito antiguo que conserva la huella de una escritura anterior borrada artificialmente», según consta en el DRAE—, hecho del cual podemos dar cuenta tanto en El cuidador de inicios como en Silbar los viajes, reunidos ambos en la trilogía del mismo título, Silbar los viajes (Comba, 2017). «¿No fue Dante, por amor a Beatriz, que alcoholizó al poeta y el poeta a su poema? […] El amor es puro como el infierno/ es placentero ver cómo sus llamas queman/ los mejores versos», escribe en El cuidador. «Vine viniendo con los fuegos del infierno», sigue en Silbar, para hacerse al fin la pregunta que acaso acomode la idea de palimpsesto —las ruinas que halla el poeta— con la de épica: «En cuál muerte debemos nacer?»

         Esta cuestión encaja de maravilla en los cuentos de Ana Santamaría, en algunos de forma más evidente que en otros, por supuesto —una golondrina no hace verano—, con la contundencia propia de nuestra sociedad y que es marca de la épica. Tal vez no responda a las claras a la pregunta que la organización de Benengeli 2023 trasladaba a sus participantes, es decir, si en la literatura actual se atisban reflejos de lo que fue la antigua épica, pero en ella vibra su esencia y como tal la sentimos: es en nuestro diario renacer, en las muertes que nos dan vida, donde convocamos aquellos tiempos con unos códigos modernos. No es ya la grandiosidad de las antiguas gestas, sino una interioridad que reduce a la abstracción el tamaño de los antiguos enemigos. Y no por ello los actuales son menos peligrosos. Ni menos literarios.

En los personajes de Santamaría esta circunstancia se pone de manifiesto. En su peripecia, la autora burgalesa describe «las hazañas del día a día para hacer frente a los ruidos que nos usurpan la realidad». Y esto, qué duda cabe, puede tomar tintes de heroicidad.