Cara de fascinación
La presentación de El hijo zurdo allí tenía que ser nada menos que ese día, el 28 de febrero, por motivos de agenda de la autora y del destacado presentador, un Alejandro Gándara de tweed que regaló a los asistentes una lectura mordaz y divertida, pero sobre todo nueva, de la novela de Rosario Izquierdo. No es el hijo zurdo en sí lo que más le interesó, ni tampoco la madre, verdadera protagonista de la novela y en quien no pocos lectores dicen haberse sentido reflejados; la familia como forma heredada de orden social fue el blanco de sus palabras, una institución con la que no se mostró nada halagüeño y cuya crisis veía reflejada en cada renglón de la novela. Como ustedes sabrán, dijo Gándara al empezar, hay dos formas de ver el mundo, con optimismo o con pesimismo, y al salir de aquí lo más probable es que de este señor que les está hablando digan que es muy pesimista. Lo dijo irónico, pero lo dijo, acomodado ya en la silla del presentador.
El acto tuvo lugar en la librería Burma, de Lavapiés, un barrio vivo y colorido, cuya mezcla cultural era un aliciente para hablar de la narrativa de Rosario Izquierdo. Y no sólo de esta novela, sino del conjunto de su incipiente obra. La voluntad social que hay en ella es innegable. Se aprecia en sus dos novelas publicadas a la fecha y no parece que eso vaya a cambiar. Lo hace además de un modo honrado, dando voz a quienes carecen de ella y mostrando a través de sus actos la realidad a la que deben hacer frente. La familia, diría Gándara. ¿Pero hay acaso, en los pasos entreverados entre política y literatura, un foco de conflicto más evidente que la familia? No se queden ustedes quietos después de leer el libro, dijo Gándara, hagan de la lectura algo activo y vital; dejen a su familia, si es que lo necesitan; pero hagan primero un balance económico, les puede salir caro. En su expresión brillaba una sonrisa socarrona, de quien se sabe provocador y juega a alterar el orden establecido. Estaba tirando una parábola, en verdad, tan relajado el hombre con su bonita tela escocesa, entre Lavapiés y el arte moderno y ditirámbico que esos días se exponía en la Feria de Madrid.
La capacidad de la literatura para mostrar las grietas y los distintos haces de luz que se filtran a través de ellas se pone de relieve en esta novela, donde no se persigue una verdad determinada, sino un complejo crisol en el que debatir. Para ello hace falta una lectura profunda, en la que incidió Gándara. Obvió la deriva ultraderechista del hijo descarriado, así como la lectura de corte más feminista que se le puede dar a la historia, pues no son sino consecuencias de un cambio estructural en torno a la familia. Un asistente quiso volver a una especie de punto cero al respecto, con una pregunta dirigida a ambos, autora y presentador, para retomar, dijo, el camino a hacia la familia. ¿Es que tú no tienes, que la idealizas?, dijo Gándara. Hubo risas, no vaya a parecer esto un combate religioso, también por parte de la autora, entre asombrada y risueña ante la charla que se estaba desarrollando lo mismo que ante la excelente entrada que presentaba la librería Burma, en sus topes.
De un perfil inicial más próximo a la novela negra y al cómic, tal como se intuye en su logo medio criminal —un punto rojo sobre fondo negro—, Burma tiene sin embargo un fondo variado y literario, muy cuidado, en el que El hijo zurdo encajó de maravilla. La saturación de la fecha hizo que llegáramos a ella a sugerencia de la distribuidora, uno de los escasos sitios que el arte moderno y el afán madrileño por la chara de media tarde no habían copado. Y el hecho de conocerlos fue a la postre otro aspecto positivo de la presentación.
Alejandro Gándara se refirió por último a la zurdera total del libro, desde el título al apellido de la autora, una coincidencia que dijo haberlo sorprendido de entrada —¿sería contagiosa?— y que es punto no menos importante de la novela. La propia autora es zurda contrariada, un hecho muy común en las escuelas franquistas y que toma presencia en la novela. Madre e hijo son zurdos, ven la realidad desde «ese lado oscuro». Pero está visto que la oscuridad no tiene un lado propio, que cae hacia donde cada cual la quiera traer y que la mayor vileza consiste en arrastrar a los demás hacia ella. De ese rescate habla Rosario Izquierdo en su novela, de la tarea continua de la sociedad y en particular de algunas madres por evitar las derivas nefastas y el colapso posterior. Que existe también. Y a veces, más veces de las que podamos imaginarnos, sucede.