Teoría de los bombardeos

Teoría de los bombardeos

Juan Bautista Durán

Que la gente se apunta a un bombardeo, dicen, o a todo salvo a un bombardeo. En la tarde del cuatro de diciembre, en Barcelona, se habría podido aprobar o refutar esta teoría. Llovía a cántaros, con un viento intenso que al parecer trajo la lluvia desde el centro peninsular pero se resistía a llevársela a otra parte. Rosario Izquierdo miraba el cielo con ironía, recién llegada de Dos Hermanas, cerca de Sevilla, donde la lluvia es pura maravilla. En su expresión no estaba claro si se alegraba o lo lamentaba. Venir a Barcelona para ver llover…, musitaba con el paraguas sujeto en la mano izquierda. Y eso a pesar de que aquí no caía ni gota desde varias semanas atrás, tres por lo menos, así que el agua no nos venía nada mal. Tal vez mejor otro día, claro. 

Eso es lo que se comentaba a la puerta de la librería Nollegiu, también conocida como la Juanita, nombre de la tienda de moda que durante décadas hubo en ese local y que aún luce en la fachada. Hay que mantenerlo, desde luego, por el carisma que ese juanita entraña y porque visten más algunos libros que ciertos trapitos. Piénsenlo bien, de verdad. Sería incongruente desligar la literatura del buen vestir: ambos están en crisis y por tanto conviene que vayan de la mano y manifiesten su necesaria vigencia antes de que las nuevas generaciones —sean éstas las que sean— las olviden por completo en un bombardeo posmoderno.

             Rosario vestía a la manera estendhaliana, de rojo y negro, con una elegancia discreta, tocada con un chal de colores más claros. No está el tiempo muy halagüeño, decía, no sé cómo vamos a llegar a la librería. El viento le volaba el paraguas con la trágica rotundidad que se anuncia en su novela El hijo zurdo, donde también llueve y no es menor su fuerza. Llueve de todos los colores. Lo que salva a su protagonista, Lola Rey, de quedar empapada o algo peor, es el coche de alta gama que se quedó tras divorciarse de su marido, un abogado del mundillo sevillano más exquisito. Hay tres clases sociales bien distinguidas en la novela, y no es baladí que Lola Rey esté en el centro, en esa clase media que da equilibrio pero cada vez interesa menos y parece quedarse invisible. No gusta a los expertos en bombardeos. 

Los tres ejes sociales son: Rodrigo, el exmarido y de clase social muy alta; Lola, en el centro; y Maru, otra madre cuyo hijo cae en los lodazales del neofascismo, con la salvedad de que sus problemas parten de mucho más abajo y por tanto los líos de su hijo le importan tan sólo en la medida en que puedan afectarle. Esos tres niveles la crítica ha venido resolviéndolos en dos, situando a Lola bien junto a su exmarido, de cuyos privilegios sociales ella reniega y apenas le queda la vivienda, o bien junto a Maru, por ser madres de sendos chicos descarriados pero cuya base nada tiene que ver, ni la de los chicos ni la de sus madres. La autora se ocupa muy bien de enfrentarlas, de ponerlas de hito en hito tanto en el presente, con su modo de actuar y dialogar entre sí ante los problemas de sus hijos, como en el pasado, en el hecho de haber sido madres jóvenes y cómo su entorno determinó lo que se esperaba de ellas. En esa predeterminación hay un discurso feminista tan bien urdido que ni se menciona, pasa de puntillas, como en la sombra, en un segundo estadio narrativo respecto a la historia de Lorenzo, el hijo zurdo. 

La narración avanza como una lluvia fina, más intensa en algunos pasajes, sin llegar nunca a desbordarse. Los diálogos, a menudo indirectos, sirven a la autora para medir la ventolera cerebral y climática y contener así la tormenta. Se toma incluso la libertad de introducir otras dos voces narrativas que habrán de dar el contrapunto a la historia de Lola y refuerzan la estructura novelesca, tal como destaca la crítica: «La escritura de Rosario Izquierdo roza la perfección, pone seda donde los sentimientos se hacen agrios» (Babelia); «conduce la novela con mano firme, fragmentando la información con maestría» (InfoLibre).

¿Y ahora qué hacemos?, dijo ella el pasado cuatro de diciembre. Lejos de ir a menos, la lluvia caía en abundancia, dejando las calles casi intransitables. La misma pregunta se hacían en la librería Nollegiu, cual eco de prudencia. ¿Se podría presentar el libro en dos… una… media hora? En la radio recomendaban a la ciudadanía que evitara salir de casa salvo causas de fuerza mayor y Rosario ya no sabía si sujetar el paraguas con la mano izquierda o la derecha. Si daba un paso al frente, si lo dábamos, más bien, íbamos a quedar empapados en un visto y no visto, tal era la tromba, algo más parecido a un bombardeo que a la lluvia. Si conseguimos llegar, dije yo, será una forma de poner a prueba la fe en los zurdos y aquello de que la gente se apunta a un bombardeo.

Los colores rojo y negro de Rosario —Juilen Sorel toma cuerpo— no eran motivo suficiente, mejor dejábamos eso también para la ficción novelesca. ¿Quién será el guapo que nos acompañe con la que está cayendo?, nos inquirimos. Lo más cuerdo era cancelar, y así lo hicimos, de acuerdo con la librería. Habrá nuevo intento, ojalá que sí, en un día esperemos que más apacible. Nosotros no sabemos de bombardeos, una importante rémora cuando las condiciones son adversas, sean éstas climatológicas, sociales u horarias; porque está visto que es más efectivo convocar a un bombardeo que a la presentación de un libro.