Reto #CombaTT: #PodríaSerYo
#PodríaSerYo
Por Ana Santamaría / @ana1313master
Casi ha terminado el trimestre, nos sentimos cansados, todos: los niños y yo. Llego a casa agotada. Tengo mil voces en mi cabeza. Los chavales no lo saben, pero me hacen pensar de más. A veces, son muy inquietos. Demasiado. Les gusta salirse de la clase, de los temas, de los apretados programas curriculares. Hablan de lo que escuchan en la calle, de lo que leen en las redes sociales. No se dan cuenta de la realidad, no son conscientes del peligro, en ocasiones siento miedo por ellos. Es un miedo que me asalta de un tiempo a esta parte. Me apropio de un temor que ellos no tienen. Hablan de youtubers que abusan de niñas de su edad. Una de ellas dice que han absolvido al Dalas. Lo primero que hago es corregir el absolvido, como que fuera lo más importante que corregir. Absuelto, digo. Y ¿quién es el Dalas?, pregunto. Profe, no te enteras. Un youtuber, responde con descaro. No soy su madre, y creo que aunque lo fuera no podría evitarles los peligros de esa ventana a la que se asoman sin ningún temor y, muchos de ellos, sin ningún criterio. Pensando todo esto me desplomo en el sofá. En el grupo de WhatsApp familiar dicen que nos ha tocado el Ajax; mis hermanos jalean la suerte. Mi agotamiento solo me permite buscar el icono del brazo forzudo, y ya. No doy para más.
En días como estos lo único que me salva es salir a correr. Ahora siento una pereza infinita, pero sé que es lo mejor, lo que me llenará de energía. Son las cinco y media de la tarde, odio estas tardes de invierno tan cortas. Si espero más, tendré que salir con el frontal. Me pongo rápidamente las mallas de correr con las bandas flúor, también el cortavientos amarillo, por si acaso. Oigo inconscientemente los consejos de todos los blogueros del running, las voces tuiteras de todos esos corredores que posturean con su kit nocturno. No, no voy a hacerme la consabida foto que nos mandamos los correcaminos de la tapia, no, hoy no. Me falta el ánimo para el selfi en el ascensor. Eso digo ahora, tal vez a la vuelta, con las pilas recargadas, el sofoco del frío y la satisfacción de la tarea cumplida me rinda al postureo que critico.
Caliento con los auriculares puestos. Hace un par de semanas que no corro. Qué mala es la pereza. Cuántas veces me digo eso y cuántas me impulso a dar las primeras zancadas y luego a disfrutar, como siempre. Un ritual clásico. La señora de Nike a pie del cañón como siempre. ¡Venga sí, sí, empezamos! Como otras tantas veces confío en el aleatorio de mi lista de correr. Esas canciones tiran de mí hasta en los peores momentos. Hoy no me juego nada, no compito, y sin embargo las necesito para que me lleven a vivir historias distintas. Me agobia esta ciudad que no es la mía, me agobia la responsabilidad, me agobia la soledad. Tengo el síndrome de final de año. Suenan The Strokers, cuánto tiempo hacía que no escuchaba esta canción: Someday. Someday, precisamente hoy. Detalles así me hacen dudar si todo es una casualidad o una predisposición de piezas que no sé quien ha puesto para mí. Dice Rosa que volverán a actuar este año, ellos, lo sabemos, como el Guadiana. Estaría bien ir a algún festival. Al BBK, por ejemplo. Estaría bien. Este año, ahora que lo pienso: cero conciertos. ¿Qué he hecho con mi vida en 2018? Venga, no te agobies, ya lo harás. A punto de tener 365 días nuevitos, sin estrenar. Cada vez que suena esta canción me lleno de planes. Hasta parece que voy más deprisa. ¿A 4’50”? ¡Eh, eh, que me embalo! Ahora es cuando la entrenadora virtual me tendría que decir: ten cuidado que mañana te dolerán las rodillas; pero estas voces no conocen las agujetas ni lo que me cuesta levantarme de la cama. Suerte que tienen de ser solo voces. Se nota que hace frío, llevo un rato corriendo y no me he cruzado a nadie. El parque está casi desierto. Solo alguno con su perro. A estas horas me dan más miedo los perros que las personas. Cuántas veces pienso esto mientras corro. Siempre me pasa lo mismo, si un perro corre a mi lado y empieza a saltar o me ladra, qué debo hacer. Nunca sabré la respuesta. Quién sabe lo que quiere el animal. ¿Que me pare? ¿Que le deje correr a mi lado? Tampoco sé por qué me ladra; le gusto o qué. Oye, ata al perro que por aquí no lo puedes llevar suelto. Creo que no me ha entendido. No quiero pararme. No puedo pararme. ¿Por qué he metido tanta caña a mis piernas? Me flojean. Mala combinación: cuesta abajo y miedo. Cómo puedo tener tanto miedo a los animales. Ya es de noche. Nadie. Estoy sola. Es curioso, cuando corro la oscuridad no me agobia, solo soy valiente a la carrera. Me acompañan la música, el frío, las llaves de casa, un billete de cinco redoblado en el bolso de la malla. El móvil es lo único que llevo de valor. Dice Carlos que nunca olvide el DNI por si me pasa algo. Algo qué, le digo. Qué me va a pasar. Bastante es que le hago caso con lo de llevar dinero. Por si tienes que coger un taxi para volver a casa. Un tirón, un calambre, lo que sea y qué haces. Parece un padre, qué pesado. Me lo pone tan crudo que siempre cojo este billete sudado y arrugado. El DNI no, por no sacarlo de la cartera. Total, ¿para qué?
No voy a poder seguir. Odio tener que parar y volver a casa caminando. Uf, es horrible el dolor. Entrenamiento interrumpido. Que sí, que sí, que no puedo seguir. Y no pasa nadie para ayudarme. Venga, que tú puedes. Vamos, al menos hasta la carretera. Cuánto molesta esta música ahora. Entrenamiento finalizado. Tres kilómetros. Espero tener suficiente para el taxi.
Nunca me había pasado esto. Si antes lo digo… Viene el taxi. Están genial estas aplicaciones.
Tiene puesta la radio y en voz alta me pregunta dónde voy. Que si estoy bien, dice. Pues no, lléveme rápido a casa. Espero que no tenga que acabar en urgencias. Estoy fatal. Ya le he dejado claro que tengo solo cinco euros, para que no callejee.
Otra, me dice. Perdone, ¿qué? Con voz grave me dice que ha aparecido muerta. No me hace falta que diga más. Se han confirmado los peores pronósticos. Laura Luelmo. Todas somos Laura, dicen en la radio. La taxista me mira por el espejo. Lloro por todo. Lloro de dolor, de pena; lloro por el miedo que nunca tuve y que a partir de hoy tendré. Escuchamos la noticia. Todas somos Laura. Yo podría ser Laura, pienso. Aquí, páreme aquí mismo. Saco el billete usado. Intento salir. Hago gesto de que se quede con el cambio. Se baja y me abre la puerta. Me ayuda a salir. Nos despedimos sin hablar, tan solo con un gesto. Todo en silencio. No tenemos palabras, solo rabia.