Pequeños acontecimientos
Por Juan Bautista Durán
Se proponía el editor hablar en estas líneas de cómo estar en una feria del libro y no comprar ninguno, no caer en la tentación de ser comprador antes que vendedor; o dicho de otro modo, de invertir su papel de comerciante en el de cliente. Siendo un propósito en sí difícil —casi imposible—, en la feria del libro de Madrid se multiplica por miles de razones, y también de metros, de encuentros, de conversaciones y de jornadas. Lo más simple dado el caso es no asistir, delegar la parte comercial en un empleado y librarse de las siete u ocho horas diarias en la caseta, rodeada a su vez de otras casetas, cientos de casetas, que a su vez forman esa gran caseta que es la feria. Que no es para los editores, no se confundan, es para los lectores, para que descubran, conozcan, encuentren y llenen su futuro de lecturas. Pero ah, amigos, ¿qué es un editor en primer lugar sino un lector? Y ahí tenemos el conflicto: la feria se convierte para él en un diario ejercicio de pesar y contención, no exento de cierta automisericordia, obligado a acceder a su caseta por caminos secundarios o bien a llegar antes que los demás, evitando el lujurioso espectáculo de ver el resto de casetas con las persianas levantadas.
Decíamos que una opción era no asistir, lo que sólo sería posible en el caso de un editor pudiente. Y no todos lo son, ni mucho menos. De hecho, en ese ejercicio de misericordia personal, lo que debe repetirse a cada rato el editor es el esfuerzo que está haciendo para estar allí, para contar con un rinconcito donde exponer sus ediciones, y prepararse, en paralelo, el discurso más convincente y relajado posible ante los lectores interesados. El primer libro cuesta un mundo venderlo, en cada feria uno tiene que desvirgarse, y dar las gracias, agradecer que siga habiendo lectores curiosos y que con su presencia no se convierta el hecho de editar y leer en una prohibición. Es decir, en pecado.
Bastante arduo resulta ya a lo largo del año, en las obligadas visitas a las librerías, no dejarse tentar, no perderse en anaqueles diversos cuando uno a lo que va es a mostrar sus novedades o programa de novedades para que el librero las tenga presentes y les dé una oportunidad, ya no en el expositor central —tampoco hay que pasarse—; bastará con que les reserve un hueco en la mesa de novedades correspondiente. Y que las aguante un poco, por favor, que éste es un trabajo lento y las riadas de gente que se ven en las horas punta de la feria muy rara vez tienen lugar en las librerías. Hay que cuidar de esos «pequeños acontecimientos», empleando la expresión monterrosiana. «Para bien o para mal, lo que en mayor medida me acontece son libros —escribe el autor guatemalteco en La letra e, para añadir—: el problema consiste en pasar una y otra vez frente a ellos y hojearlos y decidir si comprarlos en ese momento o no.»
Eso es lo que debe evitar el editor, además de tener mucho cuidado con la conjunción adverbial «en ese momento». ¿Significa eso que en otro momento sí? Todo acontecimiento en la feria, por pequeño que sea, deberá estar relacionado con su catálogo. Y a los compañeros de caseta, en caso de haberlos —lo más probable—, hay que tratarlos con la máxima cordialidad y no menor camaradería, tratando de emparentar los acontecimientos, bien sea por la similitud de los catálogos o por su diferenciación.
Dicho esto, el editor puede llegar mermado físicamente a la feria, lo que impedirá o al menos dificultará que vaya a solazarse en las demás casetas con aires de conquistador. La merma física contribuye desde luego a la contención. Así se las vio este editor en la reciente feria de Madrid, con una hernia que, bastón en ristre, me daba cierto donaire pero ningún poderío. A duras penas alcanzaba a dar con la posición que me permitiera pasar la jornada con las menores molestias posibles y poner al mal tiempo buena cara, condición indispensable si uno pretende vender algo. Aunque sea un granizado fresco en plena ola de calor. Pero con más razón todavía si ese algo que pretende vender son libros, literatura, historias bien trabajadas y bellamente encuadernadas que le van a abrir a usted los ojos, créame, va a descubrir una voz muy potente en esta autora; a un poeta culto y al mismo tiempo guasón en este autor; a uno de muy fina prosa en esta novela donde le habla, de forma alegórica, de una etapa muy importante en la historia chilena de comienzos del siglo XX.
Ésta es la tarea del editor, pese a que no esté en ningún manual del gremio: defender y vender los títulos publicados, esos pequeños acontecimientos. Y para no confundirse, para no dejarse llevar por la tentación, como decíamos al principio, se recomienda incluir en las cajas de libros que van a ir para la feria algunos de lectura pendiente, se proponga uno leerlos o no, sólo para tenerlos presentes, como quien lleva la estampa de su santo patrón debajo de la camisa, colgando de una cadenita de oro falso, y le da un beso cada vez que se propone dar un paso de cierto riesgo. Así leía yo La letra e de Augusto Monterroso en los ratos de poca afluencia, además de unos poetas espléndidos que descubrí gracias a un colega de la caseta, animal sospechoso. Y me vino muy bien el arte y la gracia de Monterroso en ocasión de una incómoda pregunta, que en realidad tardó en llegar, acerca de la inteligencia artificial y la literatura. Me apoyé en el bastón, con la debida pausa del editor herniado —pausa necesaria a su vez para traer a la mente las palabras del autor guatemalteco, fechadas en 1984, año muy propicio—, antes de explicar a mi manera lo que aquí copio tal cual está en La letra e: «Con poco que se piense, es inevitable darse cuenta de que la literatura no se hace con inteligencia sino con talento; aparte de que, bien visto, la literatura se ha ocupado siempre más de la tontería humana que de la inteligencia; es más, parece que la tontería es su materia prima.» Y por eso, en fin, nosotros los editores seguimos confiando en la literatura y en quienes la hacen posible, los escritores, porque alguien tiene que separar el grano de la paja.
Ps. Este editor se hizo con siete libros en la feria, dos de ellos para regalar.
© de la imagen: sello de Correos de la serie «Ferias del Libro» dedicado a la Feria del Libro de Madrid 2024.