Los selfies son yo en forma vacía

Los selfies son yo en forma vacía

Por Ernesto Escobar Ulloa

El filósofo surcoreano Byung-chul Han se presentó este martes 6 de febrero en el CCCB de Barcelona.  La expectación era enorme. Su obra, traducida a una gran cantidad de lenguas, destaca por su capacidad de iluminar desde ángulos críticos la sociedad del hiperconsumo, el neoliberalismo y la era digital. Sin duda por ello se trata de uno los pensadores más influyentes del momento.

    “No sabría decir si estoy en España o en Cataluña”, empezó diciendo; y en medio de risas nerviosas y algo de barullo, añadió: “Ustedes tampoco lo saben.” Sensible a lo crispado de la coyuntura —la sala podía estar fragmentada—, matizó: “No conozco bien este país.” El país en cambio no podría decir lo mismo de él. Es uno de los filósofos contemporáneos más leídos. Como prueba: la misma sala estaba a rebosar, las entradas se habían agotado como si se tratara de un concierto de Metallica, que por cierto, tocó ese fin de semana. Igualmente fue como un concierto, pero de filosofía; una de las ventajas, supongo, de la llamada civilización del espectáculo. Ni la filosofía se salva. Son los tiempos los que la han puesto a pie de calle y llevado a dar un paso mas allá de la mera actividad intelectual, convirtiéndola en una rama más del activismo político. El filósofo de hoy defiende y a la vez encarna sus propias tesis; consciente del poder de los medios, los utiliza para llevar contenido a través del impacto. Slavoj Zizec, Judith Butler, Beatriz Preciado son algunos ejemplos. Acostumbrado a convocar multitudes, al igual que ellos, Han estaba animado. Pero como que empezaba mal. Lo que vino a continuación dolió. Se asombró de que uno de sus libros, La sociedad del cansancio, hubiera sido devorado por los españoles: “No lo hubiera soñado” dijo, “pensaba que a los españoles no les gustaba trabajar.”

   Que el autor de Psicopolítica y La expulsión de los distintos soltara tremendo topicazo era para hacer saltar las alarmas. Aquellos libros me habían impresionado, más allá de su lúcido análisis por la fluidez de su prosa, de frases cortas y la intensidad de la mejor literatura. Que ni la propia filosofía se librara de los estereotipos más cansinos era, por decir lo menos, decepcionante, en especial de uno que —no nos engañemos— esconde un viejo prejuicio noreuropeo hacia todo lo que huela a Mediterráneo (la catalogación de PIGS sintetiza muy bien lo que digo). Pero la charla acababa de empezar, quedaba mucho trecho. Quizá era sólo una broma. O quizá había una ironía que en la traducción se había erosionado. Contó luego que en el otro extremo del espectro estaba su país natal, Corea del Sur, que según la OCD es el país del mundo en el que más se trabaja. “A los surcoreanos”, dijo, “se les educa para ser ganado que rinde, de ahí que tengan la tasa de suicidios más elevada del mundo.” Recordó que Lafargue, yerno de Marx, en su libro Derecho a la pereza, había hecho un llamado en pos de la prosperidad mundial en favor de la abolición del trabajo. España parece estar más cerca que otros en la realización de dicha utopía: “Todavía puede estar orgullosa de tener menos fábricas que los surcoreanos.” Podrá sonar muy bien y generar aplausos, pero en una oficina del INEM como escenario hubieran aplaudido algunos menos. ¿No había un punto medio?

     Profundizando en el tema, Han empezaba a ser más convincente. “Hemos perdido la vivacidad original al dejar de ser un animal original, nos hemos ido debilitando y reducido a la condición de ganado consumista. El sistema neoliberal nos agota. Es una problemática sistémica que no podemos solucionar en el corto plazo. Yo no sería contrario a la independencia de Catalunya —sonrió— si Puigdemont reconstituyera al animal original.” El aplauso esta vez fue prácticamente general.

      No sólo estamos lejos del animal original, Marx ha quedado obsoleto en la era neoliberal, ya no nos explota el patrón, el patrón somos nosotros. El proletariado organizado ha sido aniquilado. El ser proletario ha dado lugar al yo consumista. El animal original sólo puede hallarse en los márgenes, en aquello que niega el sistema. El mismo Han parece esforzarse por encarnar ese ideal. La coherencia resultante de llevar a la práctica la teoría perdona toda contradicción. Y los chistes sin gracia. Después de todo, no se puede afirmar nada sin caer en la contradicción. En su caso, Han rechaza el turismo. No sólo eso: en verdad no le gusta viajar, afirma.  “¿A quién no le gusta viajar?” Suelo preguntar en mis clases. Nadie levanta la mano. Han lo hubiera hecho. ¿Cuántos entre el público también? Los aeropuertos son, a su modo de ver, lugares de rotación, donde los turistas circulan como mercancías. Por ello intenta sustraerse de los flujos turísticos. Las masas turísticas están destruyendo el planeta, asegura. Le apeteció sin embargo salir del crudo invierno berlinés y pasar unos días en Barcelona. Aprovechó antes de la charla para acudir al laberinto de Horta, que gracias a la lluvia encontró vacío. “Fue el único momento en el que no me sentí turista en esta ciudad.” En la gruta de Eco y Narciso se inclinó sobre el estanque y de pronto tuvo un momento epifánico: su rostro reflejado en el agua le devolvió la imagen paradigmática del hombre contemporáneo, la de un Narciso perdido en el laberinto digital. Es el tema de La expulsión del otro. La libido, debido al uso y abuso de las redes sociales, revierte en el propio yo. El problema de esta acumulación de libido es que reduce la llamada libido objetiva. Al invertir la libido en el ego la extraemos del objeto, lo que origina una patología. El ser humano no puede estabilizarse solo, lo consigue por intermediación del otro. El yo se rompe por sí mismo cuando le falta el otro. Lo necesita para reencontrarse. Hoy todos llevamos este cáncer dentro que se llama narcisismo. La cura es Eros. Eros revitaliza el organismo. Sólo Eros puede devolverle la vida a la sociedad. Necesitaríamos una quimioterapia radical para matar las células cancerígenas y regenerarnos nuevamente.

    “Platón decía que los políticos deben filosofar y los filósofos gobernar. Si me obligaran a gobernar sería más radical que Puigdemont. Cerraría los aeropuertos. Prohibiría que los cruceros atracaran en el puerto. Proclamaría el derecho a la vagancia. El hombre como animal que juega, que no se cansa, esto representaría una independencia real. Pueden ver, así, lo peligroso que es que un filósofo se haga político.”  

    Dado que para Han no viajar es una misión política, hace tres años tomó la decisión de emprender un viaje inusual, “un viaje al jardín”. Con la pantalla táctil perdemos la noción de la realidad. La realidad tiene que ver con resistencia, con dolor, con miedo. Hace tres años tuvo la necesidad de tocar la tierra, las piedras, y durante tres años creó un jardín que ha llamado “Jardín secreto”. Trabajó muy duro: “Tengo flores que brotan en la nieve.” De la tierra sale el imperativo de protegerla, de cuidarla. La palabra “cuidar” en alemán está relacionada con la belleza. Lo que se contrapone con el turismo, los turistas pisotean la tierra. Y el neoliberalismo explota esa actividad. Es una misión política cuidar de la tierra. Y cuidarla exige alabanza. Así se creó Elogio de la tierra. El jardín secreto, su próximo libro. Hasta entonces la tierra era para Han una lejanía, pero su amor a lo desconocido lo aproximó a ella: “No me puedo enamorar de lo igual. Lo igual no me seduce.” Su extrañeza lo fascinó. Al cavar encontró raíces. Los árboles se comunican a través de las raíces. Las raíces surcan la tierra por debajo del cemento que pisamos transportando sustancias que salvarán a otro árbol de la muerte. Nosotros en cambio expresamos experiencias y opiniones y la comunicación decae. Hoy el canto del pueblo ha enmudecido, el ruido sin embargo aumenta.

     “La realidad se experimenta con la mano, si sólo la experimento con el dedo en la pantalla la pierdo.” Schimitt contrapone el cielo al mar. El mar no conoce fronteras. Schmitt vería en la red digital el mar, el mar de datos, sin confines. El mundo tecnológico es un mar de datos, no podemos habitarlo. Este temor se expande en un barullo de lo igual. Los límites entre privado y público se difuminan. La hipercomunicación actual destruye todas las instancias. Todo se nos acerca de forma amenazante. Estamos achicados por las redes de comunicación.  En el idealismo kantiano el ser humano es dueño del conocimiento. El dataísmo pone fin a este idealismo de la Ilustración. El hombre es un lugar de paso para el flujo de datos. En la Ilustración la realidad sustituyó al mito, en el dataísmo los datos sustituyen a la realidad. La transparencia tiene una connotación positiva; sin embargo, la transparencia hace la información libre, pero no al hombre. La transparencia no es una continuación de la Ilustración sino su fin. La digitalización lleva a la destrucción del otro. La acumulación de amigos lleva a la destrucción del amigo. En la era de la red social lo social brilla por su ausencia.

    Lo característico de la sociedad actual es la anulación del dolor. Al perder contacto, queremos amar sin caer en el amor. No queremos ser dañados por el otro, así que las heridas llegan en forma de autolesión. Los borderline se autolesionan. La extracción del otro implica un proceso de autodestrucción. El amor propio no excluye el amor del otro. El narcisismo sí. Los selfies son yo en forma vacía. La adicción al selfie refleja el vacío del yo. El atentado suicida es paradójico, la autodestrucción se puede comparar a la autolesión. El botón de la bomba del terrorista suicida se asemeja al botón de la cámara. La realidad hecha de desesperación ya no merece vivirse. El terrorista es un narcisista con un cinturón de explosivos. Su foto dará la vuelta al mundo. El terrorismo es el último grito de autenticidad.

    Lo ajeno es constitutivo de lo propio. El otro como antídoto contra el desconocimiento de uno mismo. Han pone el caso del actual presidente francés, Macron, que dijo haber conocido a Baudelaire a través de Walter Benjamín. “Un francés que se deja inspirar por un alemán es mejor que un europeo igual en todas partes. Es más erótico que un francés se enamore de un alemán que de un francés. Es más erótico que un catalán se enamore de un español que un español de un español. Así pues hace falta más amor en Catalunya que odio y disputa.”

    Han se había redimido. Y abandonó la sala casi sin turno de preguntas ni firmas.