Lentitud
En plena promoción de su segunda novela, Con el sol en la boca, publicada por Libros del lince en 2015, Matías Néspolo dio una gran sentencia para el titular de la entrevista y para cualquier gurú de la escritura. Dijo que cuando se juega limpio con la ficción, la ficción acaba revelando lo que eres. Ambigua y punzante a partes iguales, esta sentencia neutralizó el eco de otras respuestas quizá más cercanas pero no menos literarias. ‹‹Escribiendo soy una tortuga››, dijo a propósito de los seis años transcurridos desde su primera novela. ‹‹Pero la lentitud no tiene por qué tener connotaciones negativas ni estar reñida con la ambición. Para mí, escribir lento va muy ligado a mi intención de llegar lo más lejos posible.›› Como un crucero, por lo tanto, que avanza sin prisas pero sin pausa, añadiendo a su ruta el tiempo de vida de quienes viajan a bordo.
Una idea similar daba Jaime Gil de Biedma en el prólogo a su primer poemario, Compañeros de viaje, luego reunido en el célebre Las personas del verbo. Ser escritor lento, decía, tiene sus inconvenientes, y no sólo porque contraría la impaciencia humana por dar remate a cualquier empresa antes de que olvidemos su afán y las ilusiones puestas en ella, sino porque imposibilita la composición de las obras concebidas en torno a una primera intuición. Hay dos tipos de escritores lentos, se infiere ahí, los que son muy tercos y mantienen el interés en una misma cuestión durante largo tiempo, y los que, más dispersos, tienen que especializarse en las piezas breves, ya sea en poesía o en prosa. Lo que está claro es que a un escritor lento le abruma aquello que el aclamado autor de novela de aventuras Alberto Vázquez Figueroa dijo en cierta ocasión. Aseguró que escribía sus novelas en un fin de semana, puesto que, a poco que se dilatara el tiempo de escritura, las aborrecía. Así dicho, Vázquez Figueroa le arranca las solapas a cualquier escritor de velocidad mediana, y a uno lento, como Néspolo o Gil de Biedma, lo deja de vuelta y media.
Pero tan difícil resulta creerse la velocidad de escritura de Vázquez Figueroa como ignorar los aspectos positivos de la lentitud. ‹‹En la creación poética —dice Gil de Biedma—, como en todos los procesos de transformación natural, el tiempo es un factor que modifica lo demás.›› Las artes creativas conllevan una inevitable dosis de paciencia, siempre en aumento, aun cuando el artista considera que está dominando su terreno, que se mueve en él como pez en el agua, si es que es pez y se dedica a las charcas. Pronto se dará cuenta, sin embargo, de la necesidad de sumar puntos de vista, de no ver la charca solamente con los ojos del pez, que es un lugar común, sino de pisarla como un perro y bañarse en ella como un pájaro. O a la inversa, qué más da. Cada cual, con sus historias y sus gustos, será un perro distinto en la charca y precisará de más o menos tiempo para entenderla, para ver, con los ojos del pez, el revoloteo del pájaro en la superficie, vagos cambios de luz, alas que lo son tanto por acercarse al ojo que las describe como por alejarse a las primeras de cambio.
La lentitud también caracterizaba a Rosa Chacel, una escritora, en palabras de Julián Marías, lenta no, lentísima. ‹‹Ha escrito siempre muy despacio, pensándolo bien, dándole vueltas y más vueltas, dejando que las líneas vayan brotando poco a poco, con estremecimiento, con dolor, y depositándose en el papel como una huella.›› Bellas palabras las que Julián Marías escribió en el prólogo a La sinrazón, novela de largo alcance a cuya escritura Chacel dedicó cerca de diez años, consciente, con toda probabilidad, de que lo que por un lado el tiempo le daba, por el otro se lo quitaba. Épica del razonamiento y la duda, autobiografía de pensamiento, según ella, La sinrazón da cuenta del universo chaceliano con todas las variantes que ofrece la novela, que son las de la escritura, para volverse contra sí misma y negarse desde la afirmación.
Ésta es la ambigüedad de un género que es fiel reflejo del tiempo en el que ha eclosionado, la modernidad, y lleva implícita la crítica y el juicio sobre sí misma. Pero también la lentitud. Si algo le va a sentar mal a la novelística en las próximas décadas es el acelerado ritmo de vida de las sociedades contemporáneas, incapaces de detener el tiempo, tamaña sinrazón, para jugar limpio con la ficción, como decía Néspolo, y que la ficción, seamos autores o lectores, revele de nosotros una parte de lo que somos.
Escrito por Juan Bautista Durán