Las manos ocupadas

Las manos ocupadas

Volvió La Liga y con ella la actualidad futbolística, tras un Mundial que para España fue como el folletín de las cuatro de la tarde, puro sesteo dramático, y tras el lastimoso mercado de fichajes de todos los años, que viene siendo una atracción turística más. Un baile de nombres en el que suelen brillar con luz propia los jugadores de ataque. A cualquiera se le viene a la cabeza el fichaje de tal goleador o de cual centrocampista ofensivo, y sin embargo del mediocentro para atrás, siendo que hay fichajes también muy notorios, a la hora de la verdad tienen menos eco. Éstos no son los que a finales de año compiten por el Balón de Oro, pero sería falso decir que no deciden partidos. ¿Quién no se acuerda de la acción última de Casillas en la final del Mundial 2010, al neutralizar el contragolpe del extremo holandés Robben?

De nuevo la novela de Peter Handke El miedo del portero al penalti, pese a no referirse al mundo futbolístico y a que cuesta sacarle una lectura en esta clave. Los errores de Karius en la pasada final de la Copa de Europa, seguidos de la nefasta actuación del portero español en el Mundial y de otros desaciertos puntuales, pusieron la figura del guardameta en el centro de atención. Hay un cuento de Mario Benedetti que ilustra bien esa diferencia elemental entre los que deben meter el balón en la portería contraria y los que deben poner toda su atención en evitarlo. ‘El césped’, así se titula, un cuento más bien largo y con un desarrollo final algo folletinesco que le quita parte de su fuerza literaria y futbolística. Claro que casos como el que Benedetti describe, por escasos, escasísimos que sean, algunos hubo. Pero la realidad supera la ficción, y el género del folletín es de los que mejor pone en evidencia que las infinitas vueltas de la vida no siempre conviene plasmarlas en el papel. Como dijo Borges a propósito de las novelas rusas, en el folletín nadie es imposible.   

Benedetti describe en ‘El césped’ la evolución de dos amigos, uno portero y el otro delantero, que juegan en equipos rivales y sueñan no sólo con ganar sino con dar el salto a una de las grandes ligas europeas. Está muy lograda la mezcla de voces y de puntos de vista, incorporando para la descripción de los partidos la voz mejor acreditada para el caso, es decir, la de los locutores de radio. Y más aún teniendo en cuenta que se trata de Uruguay. “El alero Pena ejecuta el óbol en dirección a Seoane pero el joven centrocampista es duramente marcado por Ortega, el árbitro dice que aquí no ha pasado nada, y entonces Ortega elude diestramente a Menéndez y a Duarte, la acción es realmente espectacular y ahora toca la pelota muy suave en dirección al goleador Ferrés, el Benja Ferrés que cada vez juega mejor y que ahora entra como una saeta, mueve la pelota con la izquierda, cambia de pierna, se viene, se viene, el aguerrido defensa Murias intenta evitar el inminente disparo pero el Benja lo engaña con un extraordinario vaivén, esto señores es un ballet…” Este cuento lo incluyó Jorge Valdano en su conocida compilación, Cuentos de fútbol (Alfaguara, 1998), donde figuran otros autores de prestigio cuya afición al fútbol es conocida. Julio Llamazares, Javier Marías o Juan Villoro, por ejemplo, con la estupenda presencia de Rosa Regàs, dando a la compilación un toque femenino que hoy día seguro que sería más amplio. No es sólo que la presencia de hombres y mujeres en los estadios esté cada vez más a la par, sino que el fútbol femenino está igual en auge (España es la reciente subcampeona del Mundial sub20) y con ello el interés en relatar lo que sucede en el terreno de juego. 

Del desarrollo del juego es justo de lo que no habla Handke en su novela, ni siquiera a través del recuerdo del protagonista, el antiguo portero Joseph Bloch. Hay apenas referencias a viajes que hiciera con el equipo, al viaje en sí, más centrado en el entorno adonde llegaran que en el equipo. Sólo la visión entre claustrofóbica y dispersa de Bloch en su huida puede compararse con la experiencia del portero en el terreno de juego, hasta las páginas finales, cuando se dirige a ver un partido en el estadio. Por qué lo hace no está claro, pero el novelista se ocupa antes de salir al paso de esto. “¿Tenía que justificarse porque siguiera adelante? —dice—. ¿Y cómo?” Durante el transcurso del partido Bloch emite una serie de preguntas y afirmaciones que pretenden ser, y acaso sean, una respuesta a su huida y a la naturaleza que todavía lo domina, es decir, la del portero. A un espectador le pregunta si alguna vez, cuando un equipo ataca, intentó dejar de mirar a los delanteros para mirar al portero hacia donde atacan, y sigue: “En lugar del balón se ve cómo el portero, con las manos apoyadas en los muslos, corre hacia delante, hacia atrás, se inclina a derecha e izquierda y grita a los defensas (…). Es un espectáculo muy cómico ver correr al portero de aquí para allá esperando la pelota pero todavía sin ella.”

Esta comicidad es la misma en la que él sigue viviendo, y de forma especial tras los hechos narrados en las primeras páginas, tratando de intuir hacia qué lado se dirigirán los acontecimientos. Es llamativa, por tanto, una sensación que el narrador atribuye a Bloch en la segunda mitad de la novela y que se contradice con esa inquietud del portero. “Ahora que tenía las manos ocupadas —dice, puesto que Bloch llevaba un pequeño paquete—, se sentía más inofensivo que antes.” ¿Por qué inofensivo, con la seguridad que confiere tener las manos ocupadas? ¿O acaso no quiere el portero tener el balón en las manos?  

El Ponte, foto de oshkar en flickr.com / CC BY-NC-ND