La poesía no se vende
Contra lo que algunos pensarán, el título de este artículo no se refiere a que la poesía no tenga lectores ni a que éstos se dediquen a robarla. Que hubo tiempos mejores para la poesía, eso está de más decirlo, pero sus lectores suelen ser más fieles que los de otros géneros, en el sentido de que acuden con regularidad a la mesa de poesía de las librerías y se atreven, buscan, están atentos a las nuevas voces que van surgiendo, no pocas de ellas para quedarse. Editoriales como Valparaíso o La Bella Varsovia, entre otras, propician que haya este movimiento, al margen de las consabidas Hiperión o Visor, que mantienen su labor tanto en el catálogo de fondo como en los premios para el fomento de nuevas voces.
Así dicho, la poesía se vende; menos de lo que las partes involucradas quisieran, con probabilidad, pero se vende. Se celebran festivales, también, se celebra todo tipo de eventos en pos de la poesía, que no obstante quedan en entredicho al no estar muy claro cuanto hay en ellos de trigo limpio. Es el juego de la cultura, que en este país primero se llama picaresca y luego ya se verá qué hay de las letras, las artes pictóricas, cinematográficas o musicales. Que vivir es devorar tiempo, dijo Juan de Mairena: esperar; y que hayamos de esperar a que se fría un huevo, se abra una puerta o madure un pepino, es algo, señores, que merece nuestra reflexión. Más aún si quien espera es un sufrido hombre de letras (o mujer, y de cualquier otro registro artístico) para que lean sus versos y los valoren y les den una oportunidad.
La respuesta del editor puede ser honesta, de un modo cálido o frío, lo mismo da, o a todas luces pícara. Es lo que sucede en el sector de la llamada autoedición, en que los responsables editoriales, además de cobrar por publicar el libro, aseguran al autor que su obra se distribuirá en todas las librerías del país. Como mucho entrará en la base de datos de algunos grandes puntos de venta, bastante desbordados ya con las novedades que las editoriales clásicas van sacando. Y en ese matiz se escudan los gerentes de la autoedición para mantener su negocio. De sobra saben que los libros autoeditados se mueven entre los familiares y amigos del autor.
La autoedición es la extraña contradicción de una época en que, según los datos, la venta de libros es inferior a la deseada y sin embargo crece el número de personas interesadas en la escritura. ¿Para quién será que escribimos? Muchos premios literarios de carácter municipal ya ni se molestan en ofrecer al ganador la publicación de la obra, sino sólo el pertinente galardón (la mejor manera en que ciertos municipios deciden lavar su imagen en materia cultural).
En Madrid se celebra este otoño la segunda edición de un festival de poesía internacional, cuyo objetivo consiste en «establecer contactos entre poetas y lectores, para crear diálogos en que las letras sean vehículo de reflexión, amistad y solidaridad». El festival cuenta con el apoyo de varias instituciones de la ciudad, tales como la Universidad Complutense, la Casa de América, el Instituto Cervantes o el Círculo de Bellas Artes, por citar las de mayor postín, garantía por tanto de rigor y de la presencia de renombrados poetas. Siendo un festival internacional en letras hispánicas, son muchos los que pueden animarse a participar de unas jornadas que se presentan más que interesantes. Se espera incluso que la alcaldesa de Madrid, además de ofrecer el apoyo de la ciudad, pronuncie unas palabras exaltando los valores de la poesía y la fuerza de Madrid como urbe literaria. En este tipo de apariciones es cuando los alcaldes pueden lucirse, ya que la poesía, la música de cámara o la pintura al óleo, gusten más o menos, no molestan a nadie. Y dar un discurso no partidista es una ocasión ideal para llegar a la ciudadanía. Podría citar ahí al propio Juan de Mairena, decir que la poesía es el diálogo del hombre con el tiempo, y que el poeta puro, aquél a quien el festival se propone convocar, es el que logra vaciar el suyo para entendérselas a solas con él. Qué bonito, qué olvidados tenemos a nuestros poetas cuando hablamos de poesía; y más aún, claro, a sus heterónimos. Discípulo de Abel Martín, Juan de Mairena nos viene muy bien todavía para desmontar las patrañas de los tiempos actuales.
El festival cuenta con un espacio web donde se facilita la información pertinente y un contacto para los que quieran participar. Tienen que presentar una biografía y un currículo literarios, además de una muestra de su hacer poético. Con eso uno espera estar postulando a una suerte de beca o ayuda a la creación, y sin embargo lo que hace es entrar en un miserable juego mercantil. «La cuota de participación que debe abonar es de 200 euros —informan a vuelta de correo—. Esto incluye: inclusión en el programa, dos lecturas, participación en la antología del Festival, con derecho a recibir un ejemplar del libro, y comida de clausura.» Más que festival, a eso habría que llamarlo romería, para no faltar a la verdad, y habría que anunciar también los requisitos al completo para no faltar al respeto de quienes se esmeran en trabajar sus versos, sean buenos o malos, y desean un trato serio cuando exponen su obra al jurado de un festival que se escuda tras el nombre de grandes instituciones culturales.
Una vez más la cultura es la picaresca, y quizá convendría que nuestros poetas volvieran a cultivarla; ésta sería la mayor denuncia a unas costumbres que no cambian. ¡Que la poesía no se vende, se compra! Lo dijo Haroldo de Campos, poeta brasileño poco leído por estos pagos.