La otra fiesta de Sant Jordi

La otra fiesta de Sant Jordi

Por Juan Bautista Durán

Dirán algunos que fue un día casi apocalíptico, y razón no les faltará. Hubo de todo, la conjunción del cielo y del infierno, un baile de la naturaleza en el centro de la fiesta. Y ahí, como escribió Roberto Juarroz, está el vacío. Fueron la lluvia, el viento, el granizo… y algunos ratos de sol, en un vaivén meteorológico no apto para aprensivos que puso a prueba los puestos armados en la calle. Los hubo que volaron, otros que vieron cómo el agua alcanzaba los libros, y otros, los más, que resistieron agarrándose sus integrantes a la carpa, tirando fuerte de un lado, izando por el otro el plástico protector como en una aventura naval. Esto fue Sant Jordi 2022, tercer intento de celebración normal en la tercera década del siglo XXI. También para Comba.

Tal inestabilidad no es impropia de estas fechas, que en abril aguas mil, lo sorprendente fue que la jornada quedase encajada entre dos días luminosos, de un sol pletórico y absoluto. Vino a recordarnos la amenaza que supone el agua para los libros, o para el papel, más bien, ahora que el libro busca igual su duplicidad de género y no debería extrañarnos dar en breve con uno anfibio. Para leer en seco y en remojo, para leer sin riesgos, lo mismo en la cama que en el centro de una celebración acuática. ¿No será eso, sin embargo, ese querer estar en el centro de todas las fiestas y hacerlo, además, con el menor riesgo, lo que a la postre compromete nuestro trabajado bienestar?

Bajo las carpas sacudidas por el viento y la lluvia la realidad editorial tomaba otra dimensión, tal vez la verdadera, mezcla de sacrificio y pasión, en una jornada cuyo origen está en la muerte del dragón a manos del caballero llamado Jorge, evitando que aquél se comiera a la hija del rey. De la sangre del dragón brotará una rosa, que el caballero habrá de entregar a la princesa y hoy los varones regalan a sus madres, esposas, hermanas, novias… Las chicas más jóvenes hacen acopio de rosas, es un día grande para ellas. Y presa de esa energía la gente salió igual a la calle este año, no bien la lluvia amainaba, no bien las inclemencias meteorológicas dejaban sus amenazas a un lado y amagaban incluso con una tregua solar e indefinida. Pero no hay rosa sin sacrificio. Ni libro, se diría. Y el cielo estaba actuando como un dragón herido, furioso, reacio a darse por vencido mientras quedara una nube con la que dar guerra.  

Las calles se vaciaban cuando arreciaba la lluvia y volvían a llenarse tras la última gota, con una entrega, una emoción ciudadana, que nada habría tenido que ver de no venir de dos años nulos, casi en blanco, de puertas para adentro y comiéndose más de uno la amargura. Se podría decir que Sant Jordi equivale en Cataluña a la fiesta de la primavera, además de ser su segunda Diada, coincidiendo con los días de la rosa y del libro, una coincidencia nada baladí en Barcelona, histórica capital editorial. Recuerden a dónde iba Don Quijote en busca de editor…

Claro que el libro puede ser muchas cosas, y de esa confusión hablaba Ignacio Echevarría en su artículo del día anterior en El Cultural. «Por mucho que el libro haya sido y siga siendo el cauce principal de lo que entendemos por literatura, ésta es sólo una de las muchas, infinitas materias que se sirven del libro para su plasmación, conservación y circulación», escribía, para añadir: «El Día del Libro no es el Día de la Literatura […]. Una confusión que alientan múltiples indicios, empezando por que el Día del Libro se celebre en la fecha en la que se supone que murieron Cervantes y Shakespeare. A los efectos, más idóneo hubiera sido hacerlo coincidir con el del nacimiento o la muerte de Johannes Gutenberg.» Pero saquen ustedes el calendario y verán que para devenir una efeméride festiva hay que saber nacer o morir en el día propicio.         

Por el puesto de Comba se pasaron varios autores de la editorial y no pocos lectores, reuniendo energías para hacer frente juntos a las acometidas más apocalípticas. Estuvieron Constanza Ternicier, Valentina Marchant y Ernesto Escobar Ulloa, además de quien esto escribe y de las visitas más fugaces de Dalmau & Górriz y de Osías Stutman. Valentina Marchant pudo mostrarnos, poemario en mano, qué es el reverso del agua: «La visión doble/ del camino que se inunda/ y se quiebra.» Esa visión se repitió en varios momentos de la jornada, contraste absoluto entre aquello que está en primera instancia y lo que queda más allá de la cortina de agua, en una especie de vacío. Nosotros queríamos la lluvia para el día siguiente, o para cualquier otro, en realidad, sentados en casa con una novela o un poemario en las manos, en ese remedo del silencio que es la caída de la lluvia en el exterior, golpeando contra las ventanas. Hay que abrazar ese silencio para ser uno consigo mismo. Pero hay que abrazar también el vacío imprevisto de las celebraciones, puesto que en el centro del vacío, como concluye Juarroz, hay otra fiesta.