La novela diaria

La novela diaria

 

De lo más interesante en esta vida, al margen de los placeres amorosos, es hacerse todas las mañanas con la prensa del día, leerla con curiosidad y dejarse sorprender por una rutina más relajada que la del amor. La escena es fácil, aunque cada vez menos factible pues el tiempo apremia y los amores son abundantes; tan fácil, decía, como una pareja arrullada entre las sábanas y la prensa en el suelo. La imagen se podría ver a través del sesgo confidencial de un espejo, además. Y el titular: «El Papa dice que los divorciados no están excomulgados, son parte de la Iglesia.» Ahí empezaría una historia con los tiempos cambiados, ya que el papel, por grande que sea su prestigio, cede cada vez más terreno a los formatos digitales, al igual que el Papa a los antiguos pecados de la moral.

Donde el bienestar y la seguridad crecen, los mitos entran en los museos para el recuerdo de generaciones futuras, para aquellos amantes que, tras echarse un revolcón en un box público, decidan cautivarse uno a otro con una visita al Museo de los Medios de Comunicación. Viejos aparatos de radio y televisión compartirán espacio con ejemplares de distintos periódicos y esquemas rutilantes de las primeras redes sociales. En una vitrina, expuesto junto al titular de alguna efeméride nacional, podrán ver el ejemplar en que el Papa decía no excomulgar a los divorciados. Y a nosotros… ¿qué?, se dirán. O a lo mejor sacarán una foto para compartir el momento con sus amigos, o se figurarán a sus abuelos, en ese lejano 2015, a través de un espejo empañado.

Leerla a diario en papel, había dicho el abuelo, eso no, pero cuando había que conquistar a alguien, llevar la prensa causaba buena impresión. Las páginas web de los diarios ya habían desplazado en gran medida al papel, y hubo loables iniciativas, como los periódicos semanales, para que el papel se mantuviera en el imaginario popular. Cuando conocí a tu abuela, lo compraba todas las semanas. Y ahora vosotros ¿cómo os informáis?

Es complicado predecir el modo real en que a dos o tres generaciones vista la gente se informará. Las predicciones no son el punto fuerte del ser humano, y menos en este sentido, como demuestra el escaso acierto de la ciencia ficción, desde La guerra de los mundos (1951) a la odisea en el espacio de Kubrick (1968), pasando por las infinitas aventuras posteriores, tanto en cine como en literatura. La única forma útil de acercarse al futuro está en la comprensión del presente, y la prensa desempeña ahí una labor indispensable. Cada sección, incluidas las tiras humorísticas, es clave para que el lector se forme una idea cabal del mundo y la sociedad en que vive. El peso de unas noticias respecto a otras, los periodistas que las firman o el orden en que vienen expuestas, son puntos que sólo la familiarización con la prensa escrita permite comprender. Ni siquiera las peores tragedias cogen del todo desprevenidos a quienes saben distinguir cuál es la página más importante de un diario y cuáles son las firmas más relevantes. A partir de ahí, si es en formato digital o bien en papel, es menos determinante, pese a que el papel permite al lector echar un somero vistazo a todas las secciones.

«Sólo existe una forma real, concreta, del pensamiento: la escritura.» Y por extensión natural, la lectura. La cita es del escritor y traductor mexicano Salvador Elizondo, de quien este año 2016 se celebrará el décimo aniversario de su muerte. También el espejo donde se reflejaba la pareja arrullada, con la prensa en el suelo, es una imagen de Elizondo, o inspirada en él, más bien, en su narrativa llena de imágenes y reflejos y repeticiones visuales, que bien podría definirse como un caleidoscópico narrativo. «El carácter sucesivo de la escritura se aviene mal al discurso casi siempre instantáneo o simultáneo de la vida», afirmaba, un punto que sirve para entender su objetivo literario, aun en relatos de corte más autobiográfico como Elsinore: un cuaderno. Esta preocupación ocupó también a autores contemporáneos suyos, como Carlos Fuentes, Julio Cortázar o Vicente Leñero, si bien Elizondo la llevó hasta las últimas consecuencias.

Queda patente en su obra mayor, Farabeuf o la crónica de un instante, novela cuyo centro es un vacío en torno al cual dan vueltas los personajes, el argumento y el lenguaje. Lo más interesante es que tiene argumento, claro, del mismo modo que la prensa diaria encierra un argumento en la sucesión de noticias que retratan la sociedad en un tiempo común pero en distintas ocupaciones. «¿Recuerdas?» Esta pregunta casi imperativa abre y cierra Farabeuf, envuelta por un leve tintineo que se amplifica y se repite con las manchas y las grietas de la memoria. Aquel espejo nos reflejaba, aquel espejo, pero ¿qué matices traía la imagen? Los personajes de Farabeuf tratan de alcanzar el significado de un instante, así como los amantes tratan de entender qué les lleva a arrullarse de nuevo bajo las sábanas, y la prensa diaria, por su parte, de dar los porqués justos a los hechos.

De Elizondo y el décimo aniversario de su muerte se ocuparán poco en España, es casi seguro, pese a la profundidad de su obra y al culto que existe en torno a ella. Su figura se alzó con gran fuerza en México, de cuya academia de las letras formó parte desde 1981 y donde su obra se publicó con los pertinentes parabienes. Supo conjugar los referentes externos, en particular el cine europeo y la cultura oriental, según el estilo de vida y costumbres mexicanas. Entre citas suyas y citas acerca de él («hombre cultísimo y adelantado a su tiempo», José Emilio Pacheco; «una literatura en la que se alían la ligereza y la inteligencia, la gracia y la melancolía», Octavio Paz; «mucho de lo que hoy se escribe en nuestro país sería impensable sin su influencia», Daniel Sada) se podría escribir un artículo sin que el periodista de turno tuviera que añadir más que los debidos nexos y preposiciones, sin que tuviera que despegarse de las sábanas ni de la amante, en esta novela diaria que es la prensa, y en la que, sin embargo, no todo cabe. Hay unos limites, como en la narrativa, y esto también es bueno para entender la realidad.

Escrito por Juan Bautista Durán