La luz de Goya
Por Juan Bautista Durán
La luz… es probable que cuanto me espera sea oscuro, el ocaso, pero ahora esta luz de Goya me deslumbra, se ensaña conmigo, reúne en su foco más encono que mis verdugos cegados por la labor. Qué duro debe de ser, no alcanzo a figurármelo, no podría empuñar un fusil y apuntar a un pobre hombre como yo, amparado a la suerte de un candil, los brazos en alto y la mirada borrosa, perdida en el infinito de estos siete u ocho fusiles. No pueden mirar hacia otra parte, sólo a mí, obligados por la luz de Goya. Apenas hay estrellas en el cielo y no llega a esta loma el ruido de las campanas al doblar. Largo ha sido el trayecto desde el pueblo, larga está siendo esta noche del 2 de mayo, y largos son los cañones de estos fusiles que no apartan de mí su profundo y sangriento ojo negro. Soy el único protagonista de la noche, el único que mañana no verá amanecer. La muerte, así lo llaman, ocho balas concentradas en un duro haz de luz. Puede que sea el final. Si por lo menos pudiera oír las campanas repicar por última vez. ¡Oh, Goya, aparta de mí esta luz! Dame piedad y deja al menos que mis verdugos puedan divertirse disparando a tientas. La luz es aquello que me mata. Y en un abrir y cerrar de ojos se convertirá en oscuridad, el ocaso, de donde dicen que nadie ha vuelto. Que vivir no es sino aplazar este instante. Y pensar en un segundo Mesías, imaginar la propia reencarnación, traer en uno la vida y la muerte y por ello al fin salvarse, ser más allá de esta luz, yo no alcanzo tampoco a comprenderlo, a figurármelo sin que un embarazo vomitivo se me agarre adentro. A lo mejor estos hombres sin rostro ni atributos, que me apuntan con su único ojo, sean enviados del más allá, de donde la muerte les habrá echado y deben reemplazar con otros su lugar. ¿Por qué yo, Goya, por qué yo? Vamos, dime. Ve por otro con este haz de luz, cualquiera que sea, a mí me basta con escuchar a diario las campanas al doblar. Que yo no molesto en este mundo, no merece la pena gastar tres, cuatro, cinco… u ocho balas, las que sean, para acabar conmigo. ¿Acaso tenéis que agotar existencias? ¿Acaso os aburrís? Ah, por favor, dejad de apuntarme de una vez por todas. Y si no tenéis otra, si vais a disparar, hacedlo ya. Esta luz me está torturando. Méteme al otro lado, Goya, te lo suplico, no me importa matar, tan sólo quiero escuchar las campanas al doblar. Soy un hombre cualquiera, en serio, un hombre al borde del precipicio, ante su último suspiro, ante la mirada ciega y profunda de sus semejantes. Estoy dispuesto a hacer lo que mandes. Son muchas balas, demasiadas para mí, menudo desperdicio, pero es tarde, muy tarde, y una vez perforan mi carne, mi corazón, mi hígado…, mi ser entero, entonces ya no hay vuelta atrás. Lo siento, Goya, con tu luz me mataste.