La creación de un catálogo

La creación de un catálogo

Presentación de Editorial Comba en la Biblioteca El Clot-Josep Benet

En todo proyecto literario hay una voluntad de compartir, es decir de dar a conocer aquello que uno considera de valor literario y que tiene un sentido dentro de determinado proyecto. Ahí entra la idea de catálogo. La suma de los títulos que lo forman, aunque sea de un modo artificial —literario—, debe ser concebida como una familia que crece y se extiende cual árbol genealógico, cuyas ramas dan cabida a las distintas colecciones. En ellas puede haber algún hijo bastardo, faltaba más, eso sucede en las mejores casas, pero aun el hijo bastardo debe tener un sentido evolutivo. Si no, el árbol empieza a descomponerse.

Esta comparación se aprecia bien en los premios literarios de las grandes editoriales. Ninguno lo dan a ciegas, pero aun así son claves sus errores:

  1. por fijarse demasiado en el mercado que se quiere conquistar;
  2. por dar pábulo a voces comerciales pero ajenas a las letras;
  3. por darse a nuevas tendencias sin el suficiente rigor editorial.

Esto deterioró el prestigio de ciertos premios. Algunos lo recuperaron gracias a un esfuerzo por volver a su esencia y primar el proyecto literario, a diferencia de otros, que se dejaron llevar por los cantos de sirena que determinados nichos les ofrecían, donde sólo el rendimiento económico justifica la obra. ¿Tiene sentido que determinado autor comparta palmarés con tal otro? Esta pregunta nos lleva de nuevo a la idea de catálogo, sobre todo en las editoriales pequeñas. Las grandes se ramifican hasta el infinito casi de las selvas tupidas —su modelo de negocio, copar el mercado—, mientras que en las pequeñas cada título debe ser seleccionado con sumo cuidado, como si cada uno fuera un premio. Que vayan a dar más o menos dinero, bien, eso importa, pero si empezáramos por ahí no publicaríamos nada.

Lo más difícil no es publicar libros buenos, lo más difícil es venderlos. Para ello, si en algún momento tuvo sentido la edición dirigida por gente de márquetin, en un mundo de competencia dentro de la abundancia, hoy día, para que el libro recupere y mantenga su prestigio, hay que ceder de nuevo la responsabilidad editorial a la gente de cultura. ¿Por qué, si no, el reciente auge de las editoriales independientes? Hace veinte años, más o menos, el espacio dedicado a la literatura y las nuevas voces en las grandes editoriales empezó a disminuir, lo que provocó una especie de asfixia creativa, tanto en gente de la edición como en escritores o traductores, y eso derivó en la aparición de un puñado largo de editoriales independientes, algunas ya asentadas, otras desaparecidas y la mayor parte de ellas en vías de desarrollo.

No todos los proyectos parten de la misma base, ni social ni económica, pero si algo une y distingue a los sellos que logran salir adelante es la apuesta por un catálogo claro y coherente. Esto debe ser lo único sagrado para un editor literario, escribe Jorge Herralde, con todas las paradojas que deba conciliar. La política de autor, el cuidado del libro como objeto físico, la discrepancia final respecto a los nuevos títulos. No vale aquello que algunos editores definen como “yo publico lo que a mí me gusta”. Sí, vale, pero ¿dentro de qué límites?

Un autor italiano interesantísimo como es Tommaso Landolfi, por ejemplo, con escasa presencia en las librerías españolas, sólo en remotas ediciones, es una tentación grande para un editor como yo, un rara avis de indudable brillo literario que, sin embargo, no corresponde a Comba publicar. No cabe. Para que el vínculo entre editor y lector sea fuerte, para que éste se asome con confianza a las novedades de tal o cual editorial, debe haber de fondo esa idea de rigor, tanto en los temas tratados como en el marco temporal y espacial seleccionado. Si no, estás perdiendo la confianza de ese lector porque, al no saber cuáles son tus intereses, no puede dejarse seducir por tu criterio. Estamos hablando, es evidente, de un lector medio para arriba, un lector que no se asoma a la librería o la biblioteca por capricho. Es al que intentamos captar desde Comba y al que en mayor medida se dirigen las editoriales independientes.

El marco de Comba es ancho y claro: un sello con voluntad literaria centrado en las letras hispánicas, sin traducciones, que abarca en España desde la generación del 98 y en Hispanoamérica desde las vanguardias de primeros del siglo XX, hasta la actualidad. Fija su atención en aquellas obras que de algún modo el paso del tiempo dejó a un lado y en las nuevas voces.

Ningún proyecto editorial serio puede apartar la mirada de lo que se está haciendo en su tiempo, una premisa muy presente en Comba. El trabajo con el autor, en estos casos, es fundamental. Quisiera citar como ejemplo los libros de Constanza Ternicier, Esmeralda Berbel, Ernesto Escobar Ulloa o Dalmau & Górriz, en los que partiendo de un material en bruto de gran interés el diálogo con el editor contribuyó a la obra final. No estaríamos hablando de las mismas obras si se hubieran publicado en otro sello. Esto hay que ponerlo de relieve porque cuando un editor se involucra con el libro que será, no sólo va a poner más esmero en su promoción, sino que está mirando y dándole valor al catálogo. Tan importante es esta labor como la elección de los autores que se propone traer de vuelta a la actualidad literaria, como pueden ser S. Serrano Poncela o Rosa Chacel, cuyas obras dan buena cuenta de la sensibilidad literaria y lingüística de Comba. También Ana Mª Moix, Enrique Lynch… y otros autores que deben ir sumándose al catálogo, al tiempo que damos a conocer nuevas voces y abundamos en la obra de los que ya figuran en él.

La política de autor es determinante para dar coherencia interna, así como la distinción entre las distintas líneas editoriales. En Comba son tres: poesía, narrativa y ensayo/no ficción. Se distinguen formalmente por el color de la línea inferior que va de un lado a otro de las cubiertas. Verde es poesía; rojo, narrativa; azul, ensayo/no ficción. Esta simplicidad justo obedece a la voluntad de mostrar un criterio unitario. La poesía que publicamos no está alejada de la narrativa ni ésta del ensayo, de modo que las tres colecciones se retroalimenten y sean clara imagen de proyecto.

Hay unos versos de Dalmau & Górriz, de su poema ‘La espera’, que definen tanto nuestra filosofía como la del lector al que nos dirigimos. Dicen así:

“Leer y no dejar de leer
hasta alcanzar al fin
el cuento.”

Éste es un género, por cierto, el del cuento, al que en Comba tenemos mucho aprecio. Autores como Ernesto Escobar Ulloa, Serrano Poncela, Andrea Jeftanovic o Daniel Mella figuran en el catálogo con obras notables, y esta insistencia por un género no siempre bien tratado es también una marca distintiva. Que todo trabajo narrativo tenga que pasar por la novela no sólo es injusto para el lector, sino para la creatividad misma de quienes a esto se dedican. Lo que el cuento ha dado a la narrativa es tanto o más que lo que la novela dio, y es un género, por añadidura, ideal para los frenéticos tiempos actuales. También la poesía, o incluso la crónica, una especialidad periodística que hoy día se está redefiniendo y cobrando protagonismo tanto en prensa escrita como en nuevas colecciones editoriales.

Para que esto suceda hace falta un editor, que nunca será el protagonista de los textos pero es un agente básico, su primer prescriptor, el que decide sobre su pertinencia y al final le otorga el espacio y compañía que le corresponden. Es decir, en términos editoriales, su posición en el catálogo.

Juan Bautista Durán, editor de Comba
Barcelona, noviembre de 2018