¿Importa la crítica?

¿Importa la crítica?

 

Las páginas de Ignacio Echevarría suelen dar que hablar, en el buen sentido de la expresión, tal como indica el diccionario de la Real Academia: concitar la atención pública por algún tiempo. Siempre lo logró, en verdad, desde su etapa de crítico literario en el Babelia a la actual y eufemística mínima molestia. En la del primero de abril se preguntaba acerca del peso y repercusión de la crítica por parte de los autores, a raíz del cuestionario que aparece en la última página de El Cultural, con formato casi cerrado, para autores y artistas de toda índole. En todos los casos abre el cuestionario la misma pregunta —¿qué libro tiene entre manos?—, a la que se suceden una quincena de cuestiones en torno al arte contemporáneo, la lectura y de modo velado la política. Lo que ahí se pone a prueba es el ingenio de cada uno, ya sea seco, como el fotógrafo García Alix, o maravillado, como el escritor Manuel Vilas; también en la pregunta de marras que inquieta a Echevarría: ¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo? Las respuestas no varían demasiado ni dan titulares, a decir verdad, no mandan a nadie a tomar viento a la farola ni alaban su trabajo. «Me importa, me sirve», dicen; «echo de menos de un tiempo a esta parte a más críticos de referencia»; «me interesa según quien sea el crítico»; «pero llega tarde, cuando la cosa ya no tiene remedio». Y un largo etcétera con el que Echevarría compone lo que da en llamar un monólogo dramático. «Me hago cargo de que se trata de una pregunta enojosa —dice—, de ésas de las que resulta difícil salir airoso.» Aunque no esconde su decepción ante esa retahíla monocorde, incapaz de satisfacer su curiosidad de crítico veterano, espadachín del género.

De su época en el Babelia hay que resaltar sobre todo lo enérgico e ingenioso de sus argumentos, característica que generó algún sonado debate, al tiempo que lo convertía en una firma de referencia. Lo era más para el lector, tal vez, que para el autor en quien se fijaba. Los jóvenes narradores de los años noventa estuvieron entretenidos con sus sagaces lecturas —«por todas partes surgieron jóvenes voluntariosamente disfrazados de escritores», recordaba en otra mínima molestia—, y alguno de ellos debió de sufrir tembleque al saberse objeto de sus palabras, un tembleque de todos modos agradecido. Reseñas de esta calaña hacen válida la expresión de que «más vale una mala crítica que la ausencia de la misma». ¿Quién lo duda? El problema de hoy día está en la falta de espacio para todos, y al margen de los intereses creados por los grandes grupos, los libros a reseñar se eligen por simpatía. Apenas cuatro o cinco críticos tienen argumentos suficientes para tumbar o ensalzar un libro y que esto tenga de verdad sentido. Parece que el pulso les tiemble más a los críticos a la hora de juzgar un texto que a los autores en su escritura, como si no pudieran, como si no quisieran hacerle un feo a nadie. ¿Se juegan ellos también un prestigio y una posición? Tan vagas son ciertas reseñas —salvo las de algunos blogueros pasionales— como la respuesta de los autores ante la pregunta de si les importa la crítica, si les sirve. Es difícil responder a esto, claro, lo mismo que responder a si nos importa el dinero.

Hombre, pues sí, quisiera tener el suficiente como para no pensar en él.

Un sentimiento similar bulle con la crítica, en un sentido y en otro. Es como hablar de dinero, de si uno tiene más o menos, del modo cómo lo consiguió: si fue gracias a un trabajo laborioso, con discretas referencias, hasta alcanzar título a título, año tras año, la merecida recompensa, o por el contrario gracias a un par de trabajos bien hechos y mejor promocionados que le dieron notoriedad y prestigio, a partir de los cuales nadie se atreve a decir de tal autor una mala palabra, a restarle un céntimo a sus esfuerzos. Por eso incomoda hablar de la crítica, porque en poco se distingue de rasgarse las vestiduras, cuando es indudable que sirve para ponerle un rasero a la obra y acercarla al lector. Muchos autores, además, como se saben solos, se creen únicos, y otra función importante de la crítica estriba en clasificar a los autores y sus obras dentro de una época y un registro, cuando no de una generación. Y ciertos parentescos no sientan bien. Tampoco a los críticos. Pero a la larga, como sucede en toda profesión, la crítica más beneficiosa es aquélla capaz de resaltar los puntos flojos de una obra, argumentarlos y ponerlos frente a los fuertes, de modo que no embriague pero permita seguir adelante. Y para eso hacen falta buenos lectores, en general, lectores atentos y exigentes que no se dejen engatusar.

Claro que me importa la crítica, por tanto, sí, lo suficiente como para no tener que preocuparme demasiado por ella.

Escrito por Juan Bautista Durán