Felices miedos

Felices miedos

De vuelta de la 74ª Feria del libro de Madrid, aparece en un cajón de la editorial una crónica correspondiente a una edición anterior, firmada por un mancebo escritor. Lo que sigue es nuestro, por tanto, pero de otro. ‹‹Atrás ha quedado la última caseta, según me desvío henchido por una calle aledaña. El motivo de tal henchidura quizá se deba al buen almuerzo, a la emoción que subyuga mis movimientos o al aire plúmbeo que invade Madrid. Cruzo por el paso de peatones como único testigo del desértico atardecer, testigo distraído. La fuerza de la literatura —inocente enunciado— hace inaudibles los ostentosos tubos de escape de los vehículos.›› Corolarios sin corola, habría añadido Osvaldo Lamborghini, de rabiosa actualidad hoy día: el mundo se evapora hacia la permanente condensación de la literatura. ‹‹Llevo en las manos Alrededores, de Álvaro Pombo, compilación de artículos en los que retrata a autores de su generación, más jóvenes unos y veteranos los otros, así como algunos textos etéreos. Pequeños retales, dice el autor cántabro, que denuncian mi paso por el periodismo.››

Osvaldo Lamborghini murió en Barcelona en la misma época en que los autores a los que Pombo se refiere —Vicente Molina Foix, Javier Marías, Adelaida García Morales, etcétera— consolidaban sus voces en el panorama literario español. Perteneciente a esa misma generación, la vida de Lamborghini (1940–1985) fue breve y desenfrenada, un completo desconocido, sin embargo, salvo para algunos intelectuales argentinos y otros colegas de desenfreno. Vivió la literatura como si en verdad la quisiera condensar, acabar con ella, más bien, cual glotón que al fin se come el hambre. ¿Acaso no es esto El fiord, primer opúsculo que le dio remota notoriedad?

‹‹Las incertidumbres y los miedos son iguales para todos —está escrito en la crónica—, y es que embarcarse en las letras, barco del cual Pombo podría ser capitán pirata, es un reto del que sólo las mentes más privilegiadas salen airosas. El miedo, dice Pombo, no es más que el padre de una infancia feliz. ¿Cuáles serán los suyos? Echa de menos el mar, esto seguro, y este calor madrileño tampoco parece de su agrado. Insiste en ello sentado a la sombra de la última caseta, transitada por los editores de Anagrama, otros autores del sello y alguna señora catalana que se hace notar en el bucólico parque del Retiro. En esta caseta somos todos catalanes, dice el autor de Contra natura: yo soy un catalán adoptivo. Una de las señoras cuenta cómo transcurrió un reciente discurso en el que hubo de hablar en catalán, cosa inaudita. Su mayor escollo, dice la señora, estuvo en la pronunciación de “diners”. Pronunciaba la erre que parecía Macià, asegura él con retranca.››

En la edición de este año, la presencia de Lamborghini en la Feria es similar a la del novelista cántabro, gracias a la publicación en España de sus obras completas, con motivo de la exposición que tuvo lugar en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Teatro proletario de cámara, especie de testamento estético del autor, donde pornografía y poesía se dan la mano. Cuando no hay nada que hacer, dijo Lamborghini, lo que rigurosamente no se hace es literatura. Lo que no se hace, esto es. La destrucción es una constante en sus papeles, por lo que el miedo, su miedo, es también el del lector, con la añadida incertidumbre de si lo estará interpretando correctamente. En Sebregondi retrocede dice: cualquier dibujo de chico, si se lo mira bien, revela la influencia del padre, o la calidad del padre adulto que ha fluido hacia la mano del chico; el dibujo horroriza en el sector donde el padre ha fluido.

Por la Feria se pudo ver también a un joven novelista chileno contrario a la negatividad de Lamborghini —no creo en el fin de la literatura, dijo, ni en los apóstoles malditos—, un novelista de inútiles geografías, amigo de Comba, donde tampoco congregamos con la idea del autor argentino. Nuestra propuesta corre siempre contra los malos augurios que acechan la literatura y contra la banalización del término. A menudo —demasiado— se aleja de aquel espacio al que se refería el mancebo escritor, reservado a las mentes más privilegiadas. ‹‹Esquivo una farola —dice— y leo la dedicatoria que Pombo ha estampado en Alrededores: “Para Juan, en recuerdo de esta visita a Madrid, con el reservado afecto de Álvaro Pombo.” La leo otra vez y una nueva farola se interpone entre “Madrid” y el “reservado afecto”. Qué susto, es como si me hubiese caído de un sueño. La farola, de pronto, es mi recuerdo de una infancia feliz.››

Escrito por Juan Bautista Durán