Explicaciones de un tal Julio

Explicaciones de un tal Julio

Juan Bautista Durán

Lucas es un cronopio, como su autor, Julio Cortázar, quien habló de él en los breves relatos de Un tal Lucas, publicado en 1979. Hay en ellos una divertida voluntad de desorden, así como la había en Historias de cronopios y de famas (1963), una voluntad de sillón de lectura al lado de la lámpara, de scotch a las seis y media con dos cubitos y poca soda, de libros y revistas apiladas por orden de prioridad. Un cuidado desorden, esto es, en el que Lucas se acerca a sí mismo para encontrarse con un tal Julio, visionario con maneras de extraterrestre. ¿O simplemente de argentino?

«Ser una hidra es fácil pero matarla no —cuenta en el primer relato: Lucas, sus luchas con la hidra—, porque si bien hay que matar a la hidra cortándole sus numerosas cabezas, es preciso dejarle por lo menos una, puesto que la hidra es el mismo Lucas y lo que él quisiera es salir de la hidra para quedarse en Lucas.» ¿Pasar pues de Cortázar, de los múltiples cronopios y famas que hay en su mente, a un único e imperfecto Lucas? Ahí te quiero ver, dice. Y es que no sólo se trata de quedarse con la cabeza más lúcida de la hidra, sino de responder a sus cuestiones, de ser un Lucas lo suficientemente espabilado para arreglárselas en el mundo de excentricidades y relojes que por fortuna se retrasan de este extraterrestre cabeza de hidra llamado Julio Cortázar. Un tal Julio, en fin, cotidiano y natural, con las palabras justas para describir la continuación del capítulo 68 de Rayuela: «Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que son.» Hay que aceptar que las cosas son así, y no sólo porque uno esté sentado en el sillón de lectura, con el whisky al lado, y el texto le diga exactamente estas palabras. Hay cosas que no son, pero ésta sí. Lo dice Lucas. Luego estas personas vuelven a encontrarse e inician conversaciones estético-libidinosas que los alejan otra vez de lo que son, o que, por el contrario, hacen que se olviden de lo que podrían ser además de lo que son.

Lucas es un curioso observador, y además patriota —de Argentina, claro—, un patriota que recuerda con agrado los jardines de Agronomía, algunos cafés que acaso ya no están, los árboles de la plaza Lavalle; pero le da risa cuando «se pesca a sí mismo engallado y argentino hasta la muerte, porque su argentinidad es por suerte otra cosa pero dentro de esa cosa sobreandan a veces cachitos de laureles». Y cuando pesca a otros engallados, procede «como perro chico y deja que los grandes se hagan bolsa entre ellos». Sabio, Lucas, parece que cortaste bien la hidra. Le gusta el cine y la música, como cualquier hijo de vecino, y en sus aires de genio despistado, deslumbrado por el brillo de sus zapatos, no pierde ocasión para empatizar con los demás, incluidos los niños. Habla de ellos en referencia al principio general de las desinencias en «o» y «a» de la lengua española, el cual les parece tan lógico que lo aplican sin vacilar, y así, mientras la Beba es idiota, el Toto es idioto, y no hay orangután que ande lejos de su orangutana.

Un debate similar llegó en 2008 al Parlamento español, cuando una ministra del Partido Socialista usó la palabra «miembra» en vez del común «miembro» que recoge la Real Academia de la Lengua Española. La ministra, cuya actitud altiva causó gran revuelo, debió haber acudido a este tal Lucas, porque es un artisto, un espacialisto en cuestiones inefables y comprende que un hombre en la playa se sienta menospreciado porque lo llamen turista, en vez de turisto. No le cabe ninguna duda de que «un águila y una gaviota deben formar su hogar con un águilo y un gavioto». Seguro que la ministra pensaba lo mismo, y por eso, para no quedarse en la reflexión infantil, para no ser tan fama y sí un poco cronopio, debió haber acudido a Lucas, que sabe descender a la raíz de las cosas y despejar el sucio cristal que a veces las distancia de la razón. «En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones», dice, pero duda, y se pregunta inquieto no tanto por su ubicación, sino por lo que pasará el día en que alguien consiga explicar también el basural.

Artículo publicado en Revista Eñe