Entre la perdiz y su canto
Juan Bautista Durán
A Miguel Herranz se lo conoce mayormente como Miki Naranja, nombre con el que ganó eco en las redes gracias a su blog ‘Palabras de perdiz’ y la cuenta de Instagram asociada. La cantidad de seguidores que acumula, para un editor de la era Gutenberg, anclado todavía en las resmas de papel, es un fenómeno inaudito y casi de ciencia ficción. Podría ser el sueño de los androides. Pero es tan real como que la poesía, mejor que otros géneros literarios, se abre camino a través de los nuevos formatos en pos de una nueva llama literaria, bien sea en verso o en prosa, las más de las veces en sintonía con la imagen. «Amo la palabra porque/ será munición para mañana», escribe en el poema ‘Recámara’. En muchos de ellos el título no es sólo una orientación sino parte del mismo poema, el verso cero que pone al lector en materia sin tiempo para una posible vacilación. Otro, ‘En teoría’, sigue así: «Todo/ es práctica.» Pequeños aforismos que se entreveran con poemas de mayor alcance, tales como ‘Declaración de intenciones’, uno de los más destacados, ‘Sonrío’, ‘Cuestión de principios’ u ‘Orden alfabético’.
Pero si en teoría, dice, todo es práctica, ¿en la práctica qué tal va el asunto? «Es como la teoría un par de tonos más abajo —responde Miguel—. Es, digamos, como el coche del anuncio pero el más mondo de la gama.» Para sus lectores el salto a la edición en papel fue una noticia casi esperada, la puesta en práctica de un proceso que sobrepasaba desde hacía tiempo la mera teoría. El libro, de hecho, recibe el mismo título que el blog, Palabras de perdiz. «Es un camino largo, publicar es difícil —asegura—; hacerlo al menos como yo quería. A pesar de llevar años escribiendo, acabo de llegar al oficio. Y creo que con cuidado, paciencia y algo de suerte, he tenido la fortuna de dar con una editorial que entendió el propósito de mi poesía y lo ha hecho suyo.» Al publicar durante tanto tiempo en las redes, ¿te sentiste vulnerable en algún momento ante lo que podría ser una falta de control sobre el material publicado? «Sí; a la hora de llegar a los lectores me sirvo de cal y de arena. Me explico: uso la arena como reclamo y trato de atraer la curiosidad del visitante hacia la cal. Quien me lea con asiduidad sabrá a lo que me refiero. Puede que se me acuse de no cuidar el poema como sin duda merece, lo que es muy relativo. Las plumas de faisán sólo coronan el sombrero.»
En la solapa del libro dice Miguel Herranz que es poeta y funcionario público, nacido en «la tierra de Delibes y Chacel». ¿Qué le debe tu poesía a esas dos grandes figuras de las letras españolas? ¿Y al paisaje vallisoletano? «Les debo mucho. Delibes me enseñó a leer, sus libros andaban en mi casa por cualquier esquina. Además del amor por la palabra, me inoculó la veneración al entorno natural, algo que está presente en toda mi poética. La meseta castellana no es precisamente un vergel y precisa de un ojo y oído atentos para ir descubriendo a sus estoicos pobladores. A Rosa llegué más tarde, en cambio, y de ella aprendí el preciosismo en el poema. Deduje con ella que la ocurrencia sin trabajo sirve para poco.» Miguel celebra la belleza, y sobre todo, más que su presencia en sí, la búsqueda que lleva a cabo el poeta hasta dar con ella. En cualquier parte se puede pronunciar, fiel al cambio continuo que en esencia es la vida. Lo reflejan estos versos de José Emilio Pacheco —«Y sin embargo amo este cambio perpetuo,/ este variar segundo tras segundo,/ porque sin él lo que llamamos vida/ sería de piedra»—, epígrafe al libro. De este cambio Miguel recoge las aristas, los arrabales; trata de «sobrevolar la realidad y dejar que el lector cave su propia fosa». ¿Y a qué cambio iniciático te remites, cuál sería tu magdalena proustiana? «Creo que al canto de la perdiz, si es que a eso se le puede llamar canto. Y la coincidencia es pura. Basta que escuche el parloteo de una perdiz para que una mano me arranque de la realidad y me arrastre a mi pasado.»
La familia está muy presente en el poemario, y con ella, el hogar, dos elementos que junto a las aves forman el corpus de una propuesta que se sale de las redes para transformarse en levadura y crecer en las manos de los lectores. Hijos, padres, madres, abuelos…, todos cobran presencia en unas páginas no exentas de un fino humor. «Pasarán los ojos de mis hijos/ de perlas a ríos», dicen los primeros versos de ‘Pingelab’, que concluye: «Pasarán los ojos de mis hijos/ por muchos ojos/ antes de poder mirar/ como hoy/ les miro». Y encontramos también, respecto al hogar, su necesaria relación con el imperio íntimo «donde mi voz/ se escucha pero/ no se oye». ¿Ayuda la poesía a ser un buen padre? «No, no lo creo —responde Miguel—. De hecho, no sé cuáles son las cualidades que ha de tener un buen padre. Podría perfectamente hacer calderas, muros o relojes, que el empeño y desempeño paternal sería el mismo.» En la familia, dice, está para él la última ratio del poema, empleando sus propias palabras, un sustento que no obstante podría hallar igual en la administración pues ambos ejes, poesía y administración o poesía y familia, asegura, son dos caras de la misma moneda. «La belleza es una cuestión de perspectiva.»
No cabe duda de que la belleza está presente en este poemario, tanto en la palabra como en las ilustraciones de Taquen, joven artista plástico e ilustrador que complementa el verso con una quincena de aves —la que ilustra este artículo, por ejemplo—, perfecto reflejo de la exploración propuesta por Miguel Herranz. «Sacude tus afectos/ periódicamente», escribe, porque entre la perdiz y su canto todo cabe y vuela. Pone de manifiesto, además, en su transformación por llevar la palabra al lector, la naturaleza última de la poesía. «Todos somos ‘poetas de transición’:/ la poesía jamás se queda inmóvil» (José Emilio Pacheco, ‘Manifiesto’).