Emisiones literarias

Emisiones literarias

 

Juan Bautista Durán

De visita en Barcelona con motivo del día del libro, Tatiana Goransky (Buenos Aires, 1974) vivió su primer Sant Jordi a punto de cumplirse un año de la publicación de Los impecables (Editorial Comba, 2016). La presente charla no debe resultar indiscreta teniendo en cuenta que uno es su editor en España, sino todo lo contrario. La obra de Goransky persigue a través de las obsesiones de sus personajes la idea de perfección, y no es sino esto lo que todo editor pequeño ansía al armar un catálogo. El impecable destino de convertirse en algo parecido a un personaje de Goransky está presente en la aventura literaria, esa voluntad de ser, para lo bueno y para lo malo, el mejor.

Hay música de fondo a lo largo de la charla, una playlist difícil de distinguir si no es a través de la memoria, temas de Van Morrison, Sex Pistols o Los Rodríguez que nos ponen ante su próxima publicación, Fade out, recibida con gran entusiasmo en Argentina y pronto en las librerías españolas. En ella narra la vida de tres generaciones de mujeres que emiten música por los oídos, lo que se da en llamar «emisiones otacústicas» y que en su caso, lejos de tratarse de meros pitidos, se convierte en una auténtica banda sonora. «Y de hecho existe —afirma Goransky—, se creó una banda sonora basada en la novela y quienes se hagan con la edición española podrán acceder a ella.» La playlist incluye temas de los grupos más variopintos, desde los ya mencionados a Caetano Veloso o Loquillo, pasando por los Bee Gees y tangos de toda índole. Hay menos presencia jazzística, sin embargo, y eso a pesar de que Goransky es conocida por su doble faceta de escritora y cantante de jazz.

¿Cómo combinas esas dos profesiones? «Soy una persona muy social —asegura—, me gusta el contacto con la gente, sentirme arropada en el escenario ante decenas de personas, para luego recluirme días enteros, centrada tanto en los ensayos como en la escritura.» Este ritmo de vida a lo mejor tiene que ver con la extensión de sus obras, fijas en la media distancia, a la manera de César Aira, por ejemplo, la llamada nouvelle. «Es el formato en que más a gusto me siento. Yo no escribo cuentos. Ball boy no es un cuento. Y para escribir una novela larga hay que tener mucho que decir. Tampoco soy lectora de grandes novelas, sólo en casos muy particulares.» Su novela más extensa es Don del agua, incluida en España junto con Ball boy en Los impecables, una novela de investigación que tanto la crítica argentina como la española recibieron con alabanzas. «Atravesada no sólo por la tragedia, sino por una serie de lenguajes y discursos que la agrandan y la convierten en una historia emocionante» (Radar). «Una novela fluida con elementos del fantástico que entreteje con morosa sabiduría varios registros discursivos para desgranar la historia de una saga maldita» (El Mundo)

Goransky incide en la tragedia incluso cuando se asoma al género negro —¿Quién mató a la cantante de jazz? (2008)— dada su formación en dramaturgia, un rasgo que se percibe en toda su obra. De ahí también su apego a la media distancia. «Es la extensión a la que mejor se adapta; no me atrevería a exigir la atención del lector durante más de ciento cincuenta páginas.» Ésa es la de Don del agua, una novela que parte de los apuntes de una periodista, Luisa Blumes, acerca de una familia de rabdomantes que se adentran en la peligrosidad de las aguas y en ello arrastran a su tripulación. La multiplicidad de voces es notable, y entre las de a bordo se entrevera la de Luisa Blumes, sin cuya intervención, destaca Goransky en la entradilla, «este libro no existiría». Un juego similar se establece en Fade out, donde un negro literario se ocupa de investigar y compilar la información acerca de las tres generaciones de mujeres.

¿En qué medida Luisa Blumes o el negro literario son los autores de sendos títulos? «En el caso de Fade out lo curioso es que estamos ante un libro que, si por el negro literario fuera, no existiría; y en Don del agua quise crear un marco coral, porque de otro modo, sin Luisa Blumes, la tragedia no se podría cerrar.» Se trata de un libro de aventuras a lo Julio Verne o Joseph Conrad, con un ritmo propio, el de alta mar, que se lleva las palabras del capitán y su tripulación mezcladas con las de Luisa Blumes. «Sus muecas cambian de avergonzadas a reflexivas», describe la periodista. Pero ¿cuántas muecas cabrán en una travesía oceánica? Serán muchas; y muy distintas desde luego a las que se dan en Ball boy, texto de un ritmo vertiginoso, próximo al de un partido de tenis, en que Goransky se centró en la figura de un recogepelotas obsesionado con ser el mejor y asistir a Roger Federer en su primer triunfo en Roland Garros. Para ello, el protagonista debe competir con sus compañeros y con sus propias adversidades, la mayor parte de ellas fruto de sus rarezas.

Las obsesiones y el modo en que ciertos rasgos pasan de generación en generación son un motivo recurrente en la narrativa de Goransky, así como la posibilidad de que los dones se conviertan en una condena. «A mí me pasó de entender desde muy chica que la memoria del cuerpo es la memoria esencial; el cuerpo para mí está relacionado con la escritura.» Y remacha: «La literatura sin cuerpo no existe.» Para la escritura de Ball boy se encerró a ver partidos de tenis, y no hay ahí otra música que el peloteo de un lado para otro de la cancha, junto con la respiración de los tenistas. «Me preguntan si escribo con música, o con cuál escribo, y eso depende, eso va en función del tempo que quiera darle a la narración», asegura Goransky, mujer intensa e inquieta, de vuelta este mes de julio en España. Acudirá con Fade out a la Semana Negra de Gijón y el día 13 lo presentará en la Casa de América de Catalunya.

Para ella, suelta en un aparte, en una especie de fade off, la disciplina del deportista es también la del escritor, salvo que la literatura no puede ser resultadista.

© de la fotografía: Alejandro Meter