El vuelo de la alpargata

El vuelo de la alpargata

Por Juan Bautista Durán

El Béarn es “una región surcada por gaves, ríos de montaña, encajados, que atraviesan los valles; porque los franceses de esta región eran los que en mayor número llegaban a España, los españoles dieron el mote de gabacho a todos los franceses”. La descripción pertenece a Adolfo Bioy Casares (Memorias, ed. Tusquets) pues el autor argentino tenía los orígenes familiares en ambos lados de los Pirineos. Los Bioy procedían del Béarn, en particular de Oloron Sainte Marie, y los Casares de Vizcaya. A poco más de cuarenta kilómetros de Oloron se encuentra Salies de Béarn, población conocida por sus aguas medicinales y el balneario que alberga. Es un gran ejemplo además de lo que Bioy llama “el deslumbrante Béarn”, dada su luz y frondosidad. Todos los meses de agosto se celebra allí una competición que quizá le habría resultado simpática, no tanto para participar —él era más del tenis— cuanto para incluirla en una de sus historias fantásticas.

Coincidiendo con las fiestas del pueblo y la popular Piperadère, concurso de cocineros por equipos, desde el año 2001 tiene lugar también el Campeonato del Mundo de Tiro de la Alpargata. La condecoración es suya, por supuesto, así como las alpargatas, pese a la rivalidad que el campeonato causó entre Mauleon, población vecina donde se fabrican alpargatas, y ciertas voces del País Vasco español que reclaman la práctica como propia. Pero el creador de este deporte, el que dio con su piedra filosofal, era vecino de Salies. Y toda historia precisa de un detonante. “Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”, escribe Bioy para dar comienzo a La invención de Morel.

En las fiestas del año 2000, en la entrega de premios de la Piperadère, el médico local Bruno Casedevant se subió al estrado e hizo lo que en otras ocasiones ya había hecho: preparó el tiro de su alpargata con la voluntad de que llegara al otro lado del río Saleys. En esa ocasión resbaló y al caer se rompió cinco costillas, lo que casi fue un mensaje bíblico. Si de una costilla de Adán, cuenta la Biblia, nació la mujer, Eva, de las cinco que Bruno Casedevant se rompió fue a nacer este campeonato de alpargatas voladoras. “Me dije que esa caída debía tener sus consecuencias —asegura—. Al año siguiente pues decidimos organizar el concurso. Si ya existían concursos de tirar el hueso del melocotón o la boina, ¿por qué no la alpargata?” Casedevant creó, reglamentó y popularizó el campeonato. Con el tiempo tomó la costumbre de llevar una de cada color, lo que para él, además de una diversión, es un aliciente, una manera de promover el deporte y la venta de alpargatas, como si, más que médico, fuera fabricante. “Así la gente está obligada a comprar dos pares en vez de uno”, dice.

Este lobo blanco, tal como lo apodan en el pueblo, se ocupó incluso de la escritura del fandango del tirador de la alpargata. “Salies voit la naissance/ d’un sport vraiment nouveau/ on connaît ceux qui lancent/ le poids ou le manteau/ ici c’est l’espadrille/ que vous devez jeter.” Sigue con otros versos en los que cuenta las normas del campeonato, la más elemental de ellas, como en los Juegos Olímpicos, que cada participante dispone de cinco intentos. Ya hay alpargatas homologadas, de doscientos gramos de peso y con los colores del campeonato, rojo y verde. Está todo listo pues para que los participantes vayan pasando por la línea de tiro y con gran esfuerzo de abductores —esta práctica requiere de mucho entrenamiento en dicha parte de la pierna— intenten batir el récord establecido en 2017 por el joven Marius, fijado en 32,57 metros de distancia.

¿Qué imagen podría sacar Bioy Casares del vuelo de la alpargata, en qué parábola la mediría? Si con Morel inventó una máquina para conservar en imágenes la ilusión de la vida y con Heller un pequeño bastidor capaz de mantener presente el alma de los fallecidos, ¿qué no podría hacer con una alpargata? Casedevant es médico, además, profesión que lo acerca a los hacedores aquí referidos y a otros tan célebres como el doctor Moureau. A través de la alpargata bien podría salirse de la temporalidad, dar un salto dimensional a partir de determinado punto y en su caída descubrirse en otra parte. “El hombre astuto —escribe— no se conforma con la buena suerte, sino que aporta su toque habilidoso.” Tantas son las posibilidades y sin embargo tan equivocadas todas, porque el deporte siempre fue para Bioy un subterfugio —acaso motivo— para el amor y la locura, y así es, con probabilidad, la historia del lobo blanco con las alpargatas. No fantástica, sino romántica.