Aguas mil
Por Juan Bautista Durán
La lluvia, además de ser aquello que ya sucedió, que fue, amagaba este año en España con no volver a ser. Sobre todo, en la zona mediterránea y en Andalucía, donde la sequía es más severa que en el resto del país. La Confederación Hidrológica del Ebro anunciaba a mediados de mayo que, a pesar de las últimas precipitaciones, «la situación ha empeorado» y la cuenca del Ebro entrará en situación de emergencia a finales de mes. No es algo nuevo, no es un hecho que nos coja del todo desprevenidos, pues cada diez o doce años vivimos una sequía más o menos acusada, y entonces nos acordamos de los refranes, nos atenemos a ellos y los proyectamos con una devoción que trasciende el propio lenguaje.
«En abril aguas mil»; éste es quizá el más popular al respecto, muy poco certero este año, casi falso, un desatino lingüístico para quienes veíamos pasar los treinta días de abril y sus treinta noches y en el cielo ninguna nube cargada de agua. Esto nos permitió llegar al día del libro con más calma y poner los puestos en la calle, sacar los libros y recibir a los lectores sin miedo a que, como sucedió el año pasado, una tromba de agua convirtiera la jornada literaria en algo más cercano a una expedición amazónica. En el recuerdo no parece tan grave, suele pasar esto, e incluso hubo quienes lograron sortear las acometidas del agua y tener una jornada pasable, digna, por exagerada que fuera. En el recuerdo, digo. Luego se trata de esas experiencias que, como dice un personaje de Un nublao de tiniebla y pedernal, «si os lo contase pensaríais que os estoy engañando».
Esta divertida y lúcida novela de Miguel Ángel González, merecedora del Premio Ciudad de Alcalá 2020, tuvo este año su deseado y necesario encuentro con el lector barcelonés, tras los accidentados días del libro anteriores, uno por el mencionado aguacero y el otro por la crisis del covid. Y si es importante el día del libro, Sant Jordi en Cataluña, es porque al salir a la calle el editor y el autor pueden acercar su trabajo a los lectores, tener un contacto directo y dárselo a conocer, entre tanta e inabarcable oferta. El librero, en cambio, suele andar agobiado en esas fechas, más pendiente de que no falte en su puesto lo que el lector anda buscando. Su labor de prescriptor la desempeña mucho mejor el resto del año.
Otro título de Comba que coincidió con el covid y ha tenido una andadura cuando menos dificultosa es De la solastalgia, conjunto de ocho relatos de autores de la editorial a partir de este neologismo acuñado en 2005 por el filósofo Glenn Albrecht y que describe «la angustia por las consecuencias del cambio climático o los desastres medioambientales» (Fundéu RAE). Este sentimiento nos lo puede provocar la falta de agua o su contrario, es decir, las inundaciones causadas por las lluvias torrenciales. Y aunque en el libro no hay ningún cuento que tome la sequía o las inundaciones como eje, Juan Villa trae en el suyo una preciosa imagen de Doñana y la «marisma arriada», el agua llegando al pie de la casa del narrador. Su obra, centrada en gran medida en torno al Parque Nacional y sus gentes, toma una envergadura preciosa, una relevancia muy reconocida en sus alrededores pero que bien merece dar un salto, remontar el Guadalquivir e impregnar con su prosa y excelente arte narrativo el resto de la península. Mal tiempo es su último título. Y ahí llueve. Pero si hoy algo tenemos claro, y en Doñana de forma especial, es que el mal tiempo puede darse de muchas formas y no tiene por qué ser la lluvia sinónimo de ello.
Abril fue malo porque no llovió lo suficiente, no cumplió con el refrán, y ahora le toca a mayo enmendar la plana, llegar a donde abril no llegó y ser fiel, no tanto al refranero castellano, cuanto al catalán. «Al maig cada dia un raig», dice éste, lo que se podría traducir como «en mayo un chaparrón diario», forzando para el caso una rima asonante. (En catalán, «raig», cuya traducción literal sería «rayo», tiene una doble acepción ideal para la rima, condición sine qua non para que un refrán exista y se transmita.) Algo mejor anda la cosa este mes, al menos en Barcelona, si bien todavía resulta insuficiente y no tengo —¿los hay?— más refranes lluviosos a los que atenerme.