El hombre al que le faltaba un riñón
Por Jordi Dalmau y Lídia Górriz
1
Jean vivía al final de unas islas llenas de bruma en invierno y de nubes en verano, en la zona más austral de un archipiélago remoto.
Sus rasgos eran asiáticos. En el poblado le llamaban Jen o Gen, aunque su madre siempre le llamó Jean. Era bajito, chaparro, todavía muy ágil. De escasos conocimientos, gozaba no obstante de una destacable inteligencia natural y una no menos destacable ingenuidad. De padre francés, quedó huérfano a los tres años. Su madre, originaria del lugar, le cuidó con diligencia. Creció entre bosques de bambú y explanadas secas por los incendios. Su casa, hecha de troncos en un árbol, era el ejemplo perfecto de sus condiciones de vida.
El cuerpo, sano y fuerte, le respondía. Cuando hubo penurias económicas, tuvo que responsabilizarse de su corta familia emigrando un año a la capital, donde el dólar era el único aliciente de la vida. En esos meses ejerció de lo que pudo y, cansado de no tener nada, empezó a venderse al mejor postor. En un restaurante oscuro escuchó que algunos vendían sus órganos a otras personas, recibiendo a cambio un buen dinero.
De vuelta en su isla sólo tenía un riñón y una suma considerable en el bolsillo para los tiempos que corrían.
2
Juan M. vivía en una Europa económicamente convulsa. No pasaba penurias, muy al contrario: poseía algunas propiedades y era dueño de unos establecimientos comerciales. Instruido, pero no demasiado, le gustaba viajar. En los viajes captaba instantáneas de lugares auténticos y vírgenes. Sólo entonces realizaba fotografías. Su mirada se correspondía a la de la cámara y brotaban ahí sus verdaderos momentos de vida, únicas ocasiones en las que interrumpía la obsesiva actividad financiera.
Su familia le dejó bien posicionado y sólo debía preocuparse de no tener pérdidas sobre aquello que había heredado. Más bien fofo, su físico no tenía nada que pudiera destacarse. Era desidioso, dejado y algo tiránico, aunque no tenía mal fondo. Sabía lo que hacía, no quién era. Una de esas personas que nunca averiguan nada de sí mismas.
La bebida, en parte, le estaba ocasionando problemas de salud. No es que fuera un borracho, pero nunca bebió agua en las comidas. Tuvo problemas con un riñón. Hubo de someterse a una operación a la que su cuerpo se adaptó correctamente, casi de forma instantánea. Parecía fabricado para él.
3
En un oscuro restaurante también Juan M. escuchó que eso iba a acabar mal. Y en boca de un abogado que hablaba de sus pleitos, rescató las siguientes palabras: «Uno con el tiempo ve que este proceso no va a durar y que acabará fatal.» Su amigo le respondía: «¿Cómo tú, siendo tan buen empresario, puedes hablar así de esto? Lo tienes medio solucionado, siempre has sido un pesimista.» A lo que el primero le contestó: «No me refería al pleito, sino a la vida. Esto no acabará bien. Seguramente será en una tumba mirando al mar, que por otra parte ya estoy pagando.»
Juan M. ha repetido esta anécdota en varias ocasiones y no se cansa de hacerlo. Las sociedades no cambian excesivamente, pero sí la vida de cada uno. Lo que hoy es verde, más tarde madura, y aquello que era maduro empieza a deteriorarse y por lo tanto a marchitar. Salvo raras excepciones, el espíritu de las personas no suele cambiar y en la mayoría de los casos va a peor. Al cuerpo le pasa igual, aunque de forma más visible. El proceso de finitud siempre está presente, aunque a veces lo obviemos. Vemos el cadáver que nunca pensamos ser. Pero ¿para qué preocuparse? Ya no nos queda paraíso y para la mayoría el razonamiento no existe. Sólo vivir.
Juan M. empieza a entender. Su alma enfermó a los cuarenta, aunque él no se diera cuenta. Intentará alargar su vida tanto como pueda.
4
Jean vive su ineludible fin como otro proceso de la vida. En él se dan cita los paraísos, sus ancestros y sus rituales de recuerdo, las hogueras nocturnas. De hecho, no es un recuerdo, es una presencia cotidiana. No va a morir sin una razón porque no vive sin una razón, o eso cree. Nunca alargará su vida de forma artificial.
5
Juan M. empieza a vender algunas inversiones y se obsesiona con el viaje. Es una fuga, una huida hacia delante. Hay que ser hedonista y empezar a tocar otras cosas. Prepara todas sus cámaras y objetos de reproducción instantánea, incluida la pluma y el lápiz, por si no hay corriente. Aunque pocas veces las ha utilizado. No sabe si reconocerá su uso en el libro de instrucciones. El lápiz parece más fácil. Todavía recapacita con cierto sarcasmo y lo reconoce. Roza la estupidez.
La pretensión es viajar más con los sentidos y perder la capacidad de enmarcar la mirada. Algo ha aprendido con el tiempo, y más en estos momentos de duda. Es toda una experiencia y un reto. Puede que sea una mala experiencia y un auto-soborno.
Su viaje empezará en el norte de la India, de allí pasará a Nepal, para llegar a Katmandú, y de allí a China o la parte del antiguo Tíbet. Entrará por Zagmu y seguirá, pasado el antiguo reino, tras la ruta de la seda. La dejará y girará más al sur, Tailandia, y de allí a Papúa. Más tarde entrará en un archipiélago inmenso.
El viaje se oscurece. Nota mucho cansancio. Una nueva dolencia aparece, acompañada por una malaria incipiente. Ha de vivir obsesivamente al día.
6
Jean sigue su vida y sus recursos han menguado. Sólo la pesca algunas veces y el cuidado de sus escasos búfalos, no da para mucho más. La vejez de su madre le está dejando seco. Los animales empiezan a escasear. Las exequias serán lentas y costosas, aunque inevitables y necesarias. Jean se enamoró hace poco y también mantiene a su pareja.
Sostiene su eterna sonrisa y le da por hablar de los buenos tiempos.
7
Juan M. va de isla en isla y en la última hay unos funerales donde corre la sangre de los animales sacrificados. Los familiares vestidos de negro desfilan delante del difunto. Fluye la cerveza y el vino de palma. A las diez de la noche, Jean conoce a Juan M. y de trago en trago hablan de las excelencias de la vida y de la naturaleza.
La sangre excita aquello que toca y la conversación encharcada tiene otro barniz más material. Se explican que tienen, respectivamente, un riñón extirpado y uno trasplantado. Coinciden en el nombre de la empresa que los ha vendido y comprado, así como en el carácter casi confidencial de la transacción. El lugar de extracción y de trasplante son diferentes, pero la sociedad es la misma. Coinciden también en la prontitud y seguridad de la compañía.
Jean explica la celeridad en el pago del comprador, sumamente eficaz.
Juan M. intuye que deberá hacerse otra intervención en un futuro próximo. No corre prisa, pero no puede demorarse excesivamente. Debe seguir viviendo.
Hablando con cierta ansiedad, Jean le conmina que él podría ser el donante, y que, como la empresa extractora está cerca de la capital, podrían firmar la documentación pertinente. Un órgano es un órgano, y si se tienen más no ve excesivo problema en ello. Piensa en un futuro de año y medio de bonanza económica y está bebido, pero eso da igual. Harán donación y compra en un día y medio.
8
Jean es descuidado e ingenuo, desconoce muchas cosas y nunca ha sido consciente de su naturaleza. Sólo piensa en salir de apuros. Y Juan M. en posibilitar cualquier operación. La cita es en un lugar distinto al que fue Jean para la anterior donación. Es más apartado, pero él sabe con certeza que el dinero irá a parar a su aldea, a su casa, y se presta al trato que se está llevando a cabo. Lo que sí prima, por razones de seguridad, es la inmediatez de la extracción y la rapidez de su envío, que casi coincide con la marcha de Juan M. Ha oído el nombre del órgano que le será extirpado en su totalidad y quizás todavía no comprende las características de un hígado.
9
La aldea recibirá a su pareja con el cariño que supone una fiesta para el próximo difunto. Las celebraciones casi juntarán a madre e hijo y tendrán lugar dentro un tiempo, como es costumbre.
Los animales por sacrificar duplicarán su número en la ceremonia. Seguramente alguna televisión europea grabará un especial de los ritos funerarios de estas islas. El evento es bastante extraordinario y casi coincidirá con la festividad del rey, que conlleva unos fastos inigualables, propios de un reino del siglo XVIII. La grabación más exótica y emotiva será la de Jean.
10
Sentado en su sofá, alguien verá casualmente el documental anunciado desde días atrás, y pensará, si su mejoría se confirma, en el próximo lugar a visitar. Podría asociarse incluso con la empresa que facilita los trasplantes, sería una buena inversión, eso barrunta, aunque en el fondo sólo piensa en vivir, vivir y vivir, que es lo único que importa.