Divinidades

Divinidades

Hubo risas y hubo desconcierto con la entrega del trofeo al mejor jugador del Mundial de Brasil 2014 a Lionel Messi, cuando ni siquiera fue el mejor de su equipo. Lo fue Ángel di María, de sobra está decirlo, quien no pudo disputar la final y Argentina se vio a todas luces mermada. Lo mismo sucede con los premios literarios, concedidos a menudo a reconocidos autores por obras que sin embargo no forman parte de su mejor cosecha. Hay montones de casos, y si bien sería injusto traer a colación los más flagrantes —en la mente de todos, por otra parte—, no lo es tanto mencionar a quienes se quedaron a las puertas por coincidir con otro autor más notorio. Lo mismo que le sucedió a Di María, en definitiva, un hecho que en el fútbol es más evidente pues los jugadores están a la vez en el campo y cualquiera puede apreciar sus méritos, pero que en literatura tarda más en trascender, si es que en algún momento trasciende.

Juan Bonilla dedica uno de los relatos reunidos en Una manada de ñus (Pre-Textos, 2013) al caso particular de José María Fonollosa y su Ciudad del hombre: New York, un poemario hoy día de culto con el que Fonollosa concurrió en los años cincuenta al Premio Ciudad de Barcelona y cuya primera edición no llegó hasta 1990, poco antes de su muerte. Incluía un prólogo de Pere Gimferrer, en el que el poeta catalán da cuenta de las vicisitudes que corrieron tanto el libro como el autor. Gimferrer tuvo acceso a los originales que concurrieron a esa edición del Premio Ciudad de Barcelona y entre ellos, dice, el de Fonollosa era uno de los más sobresalientes. ‹‹Que en las votaciones no tuviera éxito —dice— no debe sorprendernos.›› Y así es. A nadie le sorprende, ni siquiera a los personajes del relato de Bonilla, como tampoco sorprendió en exceso el trofeo a Messi o el que dieron a Zinedine Zidane en el Mundial de Alemania 2006, después de auto-expulsarse en la final con un cabezazo al defensa italiano Marco Materazzi, dejando a su equipo con diez. Era la despedida de Zidane y había que homenajearlo, más aún si Francia no se alzaba con el título, aunque fuera por su culpa. A Zidane le dieron el trofeo y se demostró que en todas partes cuecen habas, que los apaños funcionan igual en Alemania que en Brasil, en España que en Suecia.

Pero ¿a quién entregaron esa edición del Premio Ciudad de Barcelona? Ni a Bonilla ni a Gimferrer parece importarles demasiado, y con razón, ya que, si nadie lo recuerda, poco más hay que decir. Los personajes de Bonilla, jóvenes estudiantes de literatura, se preguntan más bien qué habría pasado en el panorama literario español en caso de que hubieran premiado Ciudad del hombre: New York, un poemario sobre la vida urbana, la sexualidad y el crimen, a años luz de lo que entonces se publicaba en España. A nadie debe sorprender que no ganara, está claro, salvo a esos jóvenes estudiantes, quienes habrán de llevar a cabo una especie de justicia poética —así se titula el relato, nada menos, Justicia poética—: encontrar a los miembros del jurado que descartó el libro de Fonollosa y hacerles comer las páginas de un ejemplar, de modo que entre todos se coman uno entero. ‹‹Fonollosa ya hace años que está muerto —dice el narrador—, pero al menos curaremos nuestras conciencias ante la injusticia cometida con uno de los pocos libros honestos que se han escrito en el último siglo, uno de los pocos libros que merecían haber sido escritos.››

Gimferrer no formaba parte de aquel jurado, todavía no, y por tanto los jóvenes estudiantes no lo buscan para meterle las páginas de Ciudad del hombre: New York en la boca. El poeta catalán conoció en persona a Fonollosa a finales de los ochenta, un par de años antes de la primera edición del libro y de su prólogo. ‹‹Llegó en mi poder un original titulado Ciudad del hombre, bajo el que no tardé en descubrir un nuevo avatar del libro que había cautivado mi adolescencia.›› Se trata de una obra, en palabras de Gimferrer, en la línea fronteriza entre poesía y narración, ahormado en el soporte endecasílabo blanco que sirve en castellano para la expresión que quiere ser alternativamente relato, pensamiento y poesía. ‹‹Quien habla —dice— es un hombre y muchos hombres a la vez.››

En 1995 el músico Albert Pla contribuyó al recuerdo de Fonollosa con un disco, Supone Fonollosa, donde versionaba algunos poemas suyos; entre ellos, uno de los más radicales: ‹‹No a la transmigración en otra especie./ No a post vida, ni en cielo ni en infierno./ No a que me absorba cualquier divinidad./ (…) Mi envite es al no ser. A lo seguro.›› Los jóvenes literatos de Bonilla habrán de pintar estos versos en las lápidas del jurado de aquel Premio Ciudad de Barcelona, en un acto de definitiva justicia poética. ‹‹No a la transmigración en otra especie…››, esto es, un lema que unirá a estos estudiantes cuando ya no sean más que antiguos compañeros, del mismo modo que a otros personajes de Una manada de ñus les unirá el único ascenso del Xérez a primera división, en 2010, y a otras muchas personas un gol de Messi o el cabezazo de Zidane a Materazzi. En eso sí transfiguramos la especie, en las divinidades que nos absorben, puesto que, por más que Fonollosa dijera, el no ser es la nada, y la nada, otra divinidad.

Escrito por Juan Bautista Durán