Discreto amanuense

Discreto amanuense

Por Juan Bautista Durán

El caso de Federico Valenciano (Barcelona, 1945) es difícil de explicar y sin embargo de grata lectura. Ahora que en el mundo literario se habla de los prescriptores, porque uno no se puede medicar libros a la ligera, como si fueran inofensivos, la poesía de Valenciano es un remedio de los que rara vez falla. Como está escrito en la contraportada de su Frontera con la nada (Comba, 2016), aborda por igual los temas mayores y los menores de la existencia humana, con una sutileza y eficacia que es a un tiempo memoria y presente, los días idos y las palabras de todos. ‘Amanuense del otro —escribe—, me enciendo en el poema/ con la fe del que cumple alguna profecía.’ Su obra a la fecha se comprende en este poemario de cincuenta impecables páginas, lo que abunda en su misterio y en la magia de discreto amanuense. ‘Es una sensación rara —asegura—, la de quienes creemos que al juntar ciertas palabras convocamos el pasado o logramos que en los demás broten imágenes. Para mí, como tantas veces se ha dicho, el acto poético es el que lleva a cabo el lector en la lectura.’

Gran lector a su vez, Valenciano se resiste a dar una idea clara de cuáles son sus poetas referenciales, su canon personal, si bien en una charla distendida y al margen de anotaciones a pie de página son constantes sus referencias a poemas antiguos y voces modernas. Desde los romances medievales como el Cantar de mío Cid a la vanguardia de su generación, con Pere Gimferrer a la cabeza. ‘Yo me quedé ahí —dice—, las nuevas generaciones traen nuevos conceptos y trabajan más con las imágenes, lo cual está muy bien, sin duda, sólo que a mí esa energía ya no me llega.’ Y añade al respecto: ‘Cada uno emite en una frecuencia determinada y, pasado el primer momento, lo más habitual es que esta poesía no retenga mi atención.’ La que más le atrae, asegura, es aquélla vinculada con la canción, es decir, que pide ser leída en alto. No son pocos los poetas que sienten ese lazo con la palabra, la importancia de declamar el poema y de que éste no termine en la página escrita, sino que, en el mejor de los casos, sea en boca del poeta. Esa voluntad se aprecia en Frontera con la nada a través de la métrica, tan cuidada que facilita su lectura sin interpretación rítmica alguna. Uno sabe en todo momento dónde debe descansar.

‘Os entrego palabras que ha convocado el aire/ para que me ayudéis a descifrar un sueño/ que duerme en todos y que no es de nadie.’ Estos versos de apertura dan cuenta, voluntad poética aparte, del rigor en que Valenciano traslada al lector hacia su tierra de frontera, ‘donde el silencio aprieta/ cualquier incertidumbre’. Si uno le pregunta en qué se fija, hacia dónde dirige los versos futuros, sus respuestas son vagas, más habituado a ser él quien pregunta que a tener que dar las respuestas. Su vida dedicada a la abogacía tendrá no poco que ver en ello, acostumbrado a bailar con la más fea pero no a ser el protagonista. Por eso, se entiende, no entregó un poemario a la imprenta hasta dejar de ejercer como abogado. Y por eso mismo, también, lo que al fin salió no fue una retahíla de poemas sueltos, fruto de tantos años dedicados a divagar en y en torno al verso; más bien al contrario, un pulido ejercicio tan fino como la línea que nos separa de la nada.

Es un libro triste, dicen algunos lectores. Y sí, lo es, pero al mismo tiempo es un canto a la amistad, a la sal cotidiana, con un brillo sostenido y la alegría de convocar aquello que nos atemoriza, seguros de mirarlo de hito en hito, con las palabras justas. ‘La vida se me escapa —escribe—/ y se me escapa viva.’ No hay otra opción, el destino y su ritmo son los saberes que Valenciano integra sin agachar la mirada. Sabe lo que importa en cada caso. Y se escape o no, es la viveza la que da aliento al poema, lo que determina las imágenes y a la postre hace que su onda se ensanche y llegue a más lectores. Lo saben los prescriptores, que deben añadirlo a sus recetas, el nombre del autor junto al de la pintora Leticia Feduchi, cuya obra Azules I tan bien refleja la frontera de Valenciano. Parece breve, acaso simple, pero es densa y uno puede mondarla como una naranja.