Derivados de la piedra
El no-va-más para quienes escriben a mano son las nuevas libretas de papel derivado de la piedra, de tacto sedoso y más ecológicas, según el fabricante, resistentes al agua y por tanto al sudor de quienes se ejercitan con la escritura a mano. Este tipo de papel es correcto para la escritura, pero mejor serviría para la lectura, en verdad, para el libro más que para la libreta. Su punto impermeable permitiría ampliar los campos de lectura, ya no sólo el sofá, la mesa o el despacho, sino también el baño o la embarcación. Sería ideal para un cuaderno de bitácora que fuera libro también, que entre las salpicaduras marítimas y el chorro de tinta soltado por el marinero —viento en popa a las 23:00, rumbo noreste, sin particular apuro—, quepan igual unos versos.
‹‹No sé si la música de las esferas sembró la razón —escribe Tomás Browne en Las semillas de Urano—/ pero por cierto la razón sembró el odio./ No sé si el sonido en nosotros sembró la locura/ pero por cierto la locura sembró el amor.››
Se escribe en clara comunión con la lectura, y uno aporta a lo leído su visión personal, amor o locura, muestra de aquello que considera relevante. El espacio clave en esta línea es Twitter, con sus ciento cuarenta caracteres para decirlo todo, resumir o realzar un motivo. Twitter da buena cuenta de los tiempos que corren, en que las prisas conviven con las exquisiteces, el mensaje inmediato con el papel derivado de la piedra —viento en popa con rachas a estribor a las 23:30 que agitan la navegación sin mayor novedad rumbo noreste—, y un intercambio, a todo esto, constante. En Twitter se opina a la misma velocidad que en la barra de un bar, donde se comparte, se aprueba, se rechaza la información recibida en milésimas de segundo. Apenas da tiempo a la reflexión, a menos que se introduzca hábilmente en la charla, y no da tiempo porque, como en el bar, pero también en el mar —viento a estribor a las 00:10, golpe de timón para no perder rumbo—, una respuesta lenta puede ser nula.
Esta inmediatez es lo que da valor a Twitter, saber lo que está pasando, lo que se cuece a cada momento, con excitación venal incluida en los temas más cercanos, un aspecto que lo hace a todas luces atractivo. ‹‹No sé cuál es la relación entre el amor y el odio —continúa Tomás Browne—./ ¿Que el amor ama al odio o el odio odia al amor/ o el amor odia al odio y el odio ama al amor?/ Pero por cierto la razón es enemiga de la locura.›› Twitter ha logrado meterse en la prensa escrita, donde se destacan los tuits de la jornada anterior, y ser incluso la prensa, en una sociedad donde la noticia puede más que su análisis, causas y consecuencias. Ya los traerá Twitter en la próxima noticia —rumbo enderezado a las 00:25, viento en popa dirección noreste.
Para las notas en el cuaderno de bitácora basta con un trazo grueso, a tinta o grafito, da igual, pero la libreta de papel derivado de la piedra, con su aspecto cuidado, exige un trazo fino, la coma bien puesta en una frase a poder ser ingeniosa, que deslumbre al hipotético lector. ¿Y si a las 00:55 hay naufragio? Que el equipo de rescate encuentre la libreta en alta mar y pueda descifrar la última nota —viento revirado a las 00:30, posición incorrecta, agua en proa— en que el navegante anunciaba su deriva. ‹‹No sé si la música de las esferas tiene la culpa del odio(…)/ pero por cierto la locura sembró el amor y les damos perdón [a los dioses]/ para cantarlos con el sonido en nosotros.››
Las nuevas tecnologías, más escuetas que los cuadernos de bitácora, pero no menos sofisticadas que el papel derivado de la piedra, empiezan a ganarse un lugar en la literatura contemporánea, con una presencia indirecta, en primer lugar, y como eje de la narración en los casos más excepcionales. Una novela a base de tuits, por ejemplo, tiene que ser una revolución, el no-va-más literario, pero ya no tanto un relato. La inclusión de estos lenguajes, aparte de reflejar la realidad, apela también a la constante renovación del habla y al punto sexy que toda literatura requiere, al que se refería la editora Silvia Querini en una reciente entrevista. ‹‹No es tanto una cuestión de que el libro valga un euro más o un euro menos —decía—, sino de que lo que está allí sea sexy, que la gente lo quiera comprar. Cuando alguien quiere algo, en Occidente, lo compra. No se trata tanto de abaratar el precio del libro, para entendernos, cuanto de que sea deseable el objeto.›› En el caso de las nuevas tecnologías, sin embargo, ¿lo suyo sería llevar su lenguaje a la literatura o que ésta llegara al lector a través de ellas? Que se encuentren a mitad de camino, claro, ya que en estas dicotomías, en estos debates de dos, escritor y lector, barco y puerto, emisor y receptor, el peligro siempre está en que uno de los dos (si no los dos) sea montaña y adquiera la posición inmóvil.
‹‹Creer en el acto de Dios no sería creer en su semen —escribe Tomás Browne—/ que es los astros que fueron, que son y serán/ porque existe la distancia infinita entre Dios y el cielo/ porque el infinito es redundante.››
Muchos achacan a la industria editorial cierta inmovilidad en este aspecto, una situación que, de ser así, no lo sería tanto por negación de mercado como por dificultad de respuesta ante la naturaleza cambiante de las nuevas tecnologías. Al fin y al cabo, los libros suelen estar disponibles en digital o bien pueden adquirirse a través de Internet —viento racheado a las 00:40, cada vez más fuerte, de estribor a babor—. Los vientos en la red son a menudo tan cambiantes, tan difíciles de prever, que el elemento sexy, ese papel derivado de la piedra, por ejemplo, tiene mayor notoriedad en el libro impreso, aunque su difusión se apoye en la red. Una buena libreta, buena prosa, buen papel y buena imagen para la portada. ‹‹La portada es fundamental —decía Querini—. Sobre todo, si el autor no es conocido. Hay que prestarle mucho más cuidado a la portada de un primer libro que a la de un autor conocido.››
El elemento sexy se encuentra a veces en el propio autor, por ser atractivo, buen navegante o un iluminado. ‹‹Creer en la completa y verdadera oscuridad/ sería creer en la potencia de una germinación/ que se consume en un instante.›› Algunos autores gozan de este perfil, y su figura mantiene el lado sexy aun al paso de los años, después de su muerte. Otros nunca lo alcanzan, y otros tantos, paradójicamente, lo adquieren a su muerte. Julio Cortázar, Clarice Lispector o Georges Perec son autores que gozan del aura positiva, más importante que tal o cual material; son la piedra en sí, se diría, al igual que Andrea Jeftanovic o Tomás Browne. Pero la lectura, como decía Querini, tiene que reivindicar el lado sexy por sí misma, por lo que aporta y genera y descoloca, como un vendaval. ¿Y la mejor hora para leer? ‹‹La mejor hora no la sé —dijo Querini—. El mejor momento es después de haber hecho bien el amor.›› Después de la tormenta, por tanto, cuando ya pasó el vendaval y este navegante, cuaderno de bitácora en mano, recupera el rumbo noreste —estabilidad recuperada a las 01:45, drena el agua de la embarcación, requiero cambio de turno—. Este navegante, sin embargo, prefiere dormir después de la tormenta y leer en el desayuno.
Escrito por Juan Bautista Durán