Amores intrincados

Amores intrincados

Juan Bautista Durán


Osías Stutman ocupaba un puesto en la feria de poesía UtopíaMarkets de 2018, en tanto que autor invitado, solitario, poeta discreto que deja tras de sí un reguero de versos eruditos para pájaros literatos. «Las cosas simultáneas se suceden sin adjetivos», escribe. Y así es él. El puesto que ocupaba en esa edición, entonces en primavera, estaba justo en frente de Editorial Comba, una casualidad que puso por vez primera a autor y editor de hito en hito. De ahí salió la compilación de la primera parte de su obra poética, Mis vidas galantes, poesías completas 1988-2008, que trajimos en primicia al Utopía otoñal de 2019.

Situado en una antigua fábrica del Poblenou, UtopíaMarkets tiene tres ediciones, de ilustración, fotografía y poesía, siendo esta última la menos popular. Por este motivo, en la edición actual se probó una combinación de por sí natural, fácil de mezclar e incluso promover, la de ilustración y poesía, un maridaje que a más de uno debía de provocarle cierta excitación. 

—Nos vamos a dar la mano, vamos a ser renglón de vuestros versos; y vosotros, léxico para nuestro trazo.

En la sala Metáfora, espacio principal, los ilustradores daban color a las remozadas paredes de la antigua fábrica, artistas jóvenes lo mismo que veteranos de la talla de Perico Pastor o Javier Mariscal, autor del cartel promocional. La poesía se encontraba al fondo a la derecha, en un ancho pasillo que conducía al bar chiringuito, espacio bastante concurrido y bien surtido al que se podía llegar también por otro lado. No era necesario pasar por la sección de poesía. Y eso se notaba. La poesía es un ejercicio de paciencia, y del mismo modo el feriante tiene que armarse de paciencia, ya doble en este caso, ante las horas muertas y el evidente desinterés de los asistentes hacia cuanto se construye a base de versos y elaboración lingüística. 

—Se venden poco los libros, ¿verdad? —pregunta una señora que se irá de vacío—. ¿Les puedo sacar una foto?

Otra señora se posa frente al puesto con su anciana madre y le pregunta a ésta si quiere «un dibujo o un libro». ¿Qué prefiere? Como la madre no responde, se lo pregunta de nuevo, un acto casi obligado, dibujo o libro, lo que pone en evidencia la perversión del tiempo: hay quienes tratan a los mayores como si fueran criaturas. ¿Y un libro ilustrado no serviría?

Habría estado bien que, puestos a reunir ilustradores y poetas, esa reunión hubiera sido de veras, más profunda, un cuerpo a cuerpo que no temiera las distancias y diera lugar a encuentros donde la palabra se manchara de pintura. Es decir, encuentros sucios. De lo contrario, tales amores se revelan «intrincados y difíciles». La cita corresponde al último verso del excelente poema de Stutman ‘La mujer invisible’, historia de cuantos crean en la soledad, creyendo que esto les completa. La mujer invisible, dice, «pasea desnuda,/ camina a mi lado, su silueta en la niebla,/ y siento su tibieza y los olores de sus pliegues». 

Al lector de poesía se lo siente igual, una presencia que acompaña al autor y es parte de cada verso; interviene desde un horizonte figurado que luego tanto cuesta de materializar. De esa espera se podría escribir un poema, más o menos velado, el poeta como ser enamorado, expectante ante la aparición del lector. Son amores intrincados estos también, con mucho eco de fondo, más aún que cuanto se produce en los altos techos de la antigua fábrica y que en sus años de actividad industrial debió de ser metálico. Dicen que se trataba de una fábrica de escaleras, lo que explicaría las barras salientes y oxidadas en el tercio alto de las paredes, especie de lecho para esas supuestas escaleras, una teoría que, si bien repiten varias personas, nadie alcanza a confirmar. De ser así, la escalera habría sido un buen motivo para mover a la asistencia. ¿No es acaso una escalera la poesía? Su función radica en trasladar al lector, pero no en un mismo plano, sino en superposición, en distintos niveles, con toda la ambigüedad que uno necesita para dejar de mirar de frente a la pura realidad. 

—Súbanse por un lado de la escalera y bájese por el otro, ya verán cómo les cambia la visión; súbanse por Osías Stutman, por ejemplo, y bájense por Dalmau & Górriz; súbanse por Dalmau & Górriz y bájense por Tomás Browne. —Y esto por no salirse de Comba. Lo mismo podría uno subirse por uno de estos autores y bajarse por cualquiera del exquisito sello LaBreu, por uno de Sabina, Animal Sospechoso, Café Central… o por unos versos de la poeta y escenógrafa Júlia Bel, también presente, con un montaje que tenía parte de decorado teatral y reflejaba bien lo que insinúa en sus versos: «fui una vez niña/ y otra vez niño/ y ahora soy lo que seré». 

Otras propuestas mezclaban la palabra con la artesanía o la naturaleza misma, de modo que el visitante podía acercarse a los versos a través de piedras o piñas halladas en el monte, de puntas de sílex también que daban cuenta de la capacidad punzante de la poesía. Es todo metáfora, para qué vamos a engañarnos, también la paciencia del feriante y el compañerismo que surge entre todos. No nos vamos a quedar enjaulados en nuestro puesto, no vamos a consentir que esos tablones armados a modo de caseta nos confinen, mejor lo hacemos a la inversa, mejor hacemos que dialoguen y les damos alas, hacemos lo que Alejandra Pizarnik describía con enorme potencia visual en su poema ‘El despertar’: «Señor/ la jaula se ha vuelto pájaro/ y se ha volado». ¿No es esto acaso lo que se pretende en una feria, el motivo por el que nos armamos de paciencia, su fin último, poner en manos del lector esa arma sutil que habrá de elevarlo?

Osías Stutman es de la misma generación que Pizarnik y ambos aparecen en distintas antologías de poesía argentina a partir de 1960, junto con otros nombres tan destacados como Juan Gelman u Olga Orozco. Ambos comparten la presencia de un «yo» muy fuerte, la desubicación a la que sus raíces y las convulsiones políticas argentinas los condujeron, con la diferencia de que en Stutman la poesía no es una tabla de salvación sino una vía de escape. El título de su obra hasta 2008 es a todas luces feliz, un leve fulgor que no le impide indagar en los intersticios del acto poético y preguntarse por su naturaleza. 

«Escribe en lengua que no existe/ para que lo entiendan mejor/ los que nunca leen. Cree en la pasión/ de decir escribiendo para ser leído», leemos en la cuarteta número 20. Esa «lengua que no existe» es la construcción de la propia voz, el jeroglífico al que todo gran autor nos conduce. Pizarnik es un perfecto ejemplo de ello, traslada su «sed de siempre» al lector, pero no lo es menos la búsqueda de la belleza en Stutman. Queda claro tanto en sus poemas de más largo aliento como en los breves y contenidos, tal como pudo apreciarse en su lectura en la sala Hipérbole del Utopía. El aplauso final no fue un mero acto de cortesía; hizo de unas pocas manos un clamor y puso de relieve la dimensión oral de la poesía. 

Con similar entusiasmo lo recibieron en el Utopía de 2018, entonces con unos papeles sueltos, fragmentos de poemas que tal vez serían y otros aparecidos en viejas publicaciones, con esa virtud suya de «religar lo sensible con los ininteligible»; de subirse a una escalera sin parar mientes en los peldaños, en fin. La lectura de este año sirvió para dar inicio a la andadura de estas vidas galantes, primera estación de un poeta necesario, que siempre estuvo ahí pero del que muy pocos tienen noticia. «Un poema restituye/ palabras al mundo», escribe.     

© de la imagen: Javier Mariscal, UtopíaMarkets