Las raíces del árbol
Este artículo es un árbol y una maceta, es lo que quiere representar, como el espejo de agua donde se refleja Narciso. Que vaya o no a ser el nicho del árbol dependerá del lector, aunque a recibir sus raíces sí se presta, por lo pronto, del mismo modo que ellas se abren y crecen y esparcen dentro de la maceta. De color gris o acaso rojo arcilla, la maceta es de un tamaño se diría que gigante, poco más o menos que el edificio donde vive el supuesto lector. ¿Treinta metros de alto por doce de ancho y quince de fondo? Tirando a lo bajo, se podrían aceptar estas medidas para albergar la casa del árbol, pero no sólo eso, sino también la del lector. La casa de ambos.
Así la diseñó el arquitecto vietnamita Vo Trong Nghia, conocido por sus diseños sostenibles en un país donde la polución urbana supera con creces cualquier medida impuesta en Occidente. La vegetación en las ciudades vietnamitas es casi inexistente, lo que da lugar a entornos muy densos y contaminados, además de motorizados. La propuesta de V. T. Nghia invita por lo tanto a llevar la inexistente vegetación a los tejados, de modo que el edificio en cuestión haga las veces de maceta, y tal cual lo pensó, como una maceta moderna y regia, con ventanas en las esquinas para que la luz se filtre mejor en cada planta. A este proyecto le dieron el primer premio en el festival de arquitectura mundial 2014, algo que queda muy lejos, o al menos eso parece, de los autores y las historias que a este blog vienen a saltar a la comba.
Pero no sólo en Vietnam, también en Estados Unidos y en algunas ciudades europeas se vienen reivindicando las azoteas como espacios verdes, para plantar huertos o árboles que generen un nuevo “skyline” donde antes había lavaderos. Los lectores podrán subir a leer a la sombra de sus árboles, y cada casa, vista desde fuera, a poco que las ventanas estén bien ubicadas —a la manera de un dibujo infantil— y los árboles le crezcan en orden, adquirirá un aspecto muy humano. La vegetación hará las veces de peinado, esto es, y más que nunca se podrá decir aquello de que cada casa es un mundo, a través de cuyos huertos y vistas se podrá acceder a otras casas, así como a través de los libros se accede a otros libros y otras historias y al fin nos topamos con el reflejo de uno mismo.
La relación con una casa es de ida y vuelta, como toda relación humana, ya no sólo literaria, que sería lo suyo, lo más sugerente —de ida y vuelta como el poema, que refleja cual cristal el alma del lector—, sino también la de las niñas que saltan a la comba con la propia comba, y la del árbol, que crece con más o menos fuerza en función de la tierra que lo acoge. Si la tierra es buena y el clima adecuado, el árbol se eleva frondoso hacia el cielo al mismo tiempo que sus raíces ganan profundidad en el subsuelo.
Para la casa-maceta quizá convendría plantar variantes de pino, cuyas raíces crecen más a lo ancho que hacia bajo. Si no, quienes ocupen el último piso estarán siempre a expensas de las raíces, del día en que perforen el techo y abran hueco hacia bajo, poderosos tentáculos de la madre naturaleza, pinzas que en una de ésas se llegarán a la cama del inquilino y se abrazarán a ella como a una fuente de alimento. La maceta será ya fiel reflejo de sí misma, y sus habitantes, por más ventanas y salidas de que dispongan, se harán poco a poco a la vida selvática que hay en toda maceta, hasta convertirse en verdaderos animales de maceta, es decir, en gusanos que viven de la tierra y del propio árbol, cuyas raíces les conducen del interior al exterior, y a la inversa, según el tiempo y la necesidad que haya en la casa. Si llueve, para dentro, a contarse cuentos de gusanos, y si hace bueno, para fuera, en busca de hojas caídas y de la energía solar.
Esta vida de gusano, sin embargo, apenas distaría del proyecto de vida de cualquier hijo de vecino que al fin encuentra su lugar en el mundo, el reflejo acuoso del que sentirse satisfecho, por no decir enamorado: salir en busca de alimento y contarse historias que más o menos lo relacionan con su entorno.
Escrito por Juan Bautista Durán