Comunicación telefónica

Comunicación telefónica

La imagen que ilustra el presente artículo corresponde a la sala de espera de una consulta médica y da cuenta de la intromisión de los teléfonos en la vida contemporánea. La aparición de los móviles, con el sinfín de aplicaciones que la acompañan, hizo de este aparato un elemento indisoluble de muchas personas, algo que rara vez Graham Bell pudo siquiera imaginar. ¿O acaso dejó escrito en algún lugar que su invento iba a dar en éste que ahora usamos? Poco probable, y es que además el teléfono no ha tenido en las letras demasiado eco. Lo tuvo en las pantallas y en el escenario, donde basta con recordar a Gila y su enemigo, pero en narrativa las apariciones del teléfono son escasas. En tal caso, suele ser para provocar un punto de giro: una llamada que altera la situación de los personajes y les obliga a tomar nuevas decisiones. Así sucede, por ejemplo, en el relato Marejadas de Andrea Jeftanovic, incluido en No aceptes caramelos de extraños, de próxima aparición en Editorial Comba. Una llamada telefónica despierta a la protagonista de un presente del que poco se sabe, un marido y dos hijas cuya presencia es testimonial, y la devuelve al pasado, ahí donde aún no estaban ni el marido ni las hijas. Estaban otros. Lo curioso es que el teléfono aparece de nuevo en una sola ocasión, cuando la protagonista apaga su móvil, evitando incómodas conversaciones entre pasado y presente.

Pocos relatos se conocen articulados en torno a la confusión que las llamadas telefónicas pueden provocar, como en el clásico juego infantil, donde uno empieza diciendo que fulano se subió al árbol por almendras y a la vuelta recibe que el árbol de fulano ya no da almendras. Cuánto juego da esto, desde luego. ¿Y nadie ha intentado trasladarlo a la literatura, así como hoy día se intenta poner en clave literaria correos electrónicos, facebook, blogs y demás inventos cibernéticos? Están los cuentos de Gianni Rodari, por supuesto, divertidas reproducciones del juego infantil trasladadas a situaciones cotidianas, a ejemplos de mala comunicación, así como algunas novelas detectivescas en las que el teléfono es fuente de secretos y comunicaciones averiadas.

Las peleas entre amantes son quizá el ejemplo más flagrante de mala comunicación, puesto que entre ellos cada palabra es sobreentendida o malentendida, y eso que su relación se inicia en el sexo, donde todas las barreras se eliminan. Pero ahí debe acabar lo suyo. Roberto Bolaño da buena cuenta de ello en el relato Llamadas telefónicas, acerca del amor desdichado entre dos personajes alejados en el espacio (viven en ciudades distintas) y que por tanto recurren a menudo al teléfono. Cada llamada da lugar a una nueva situación y a un nuevo conflicto. El personaje más interesado en el otro, y el que en verdad más llama, no habría hecho mal en imitar a Gila cada vez que acude al teléfono: ‹‹¿Está el enemigo? Que se ponga.›› Es innegable el placer de tener ciertos enemigos y la satisfacción de poder hablar con ellos de vez en cuando, aunque lo dejen a uno con los pies fríos y la cabeza caliente. En otro relato del mismo libro, Vida de Anne Moore, el teléfono ejerce igual de puente para el encuentro o desencuentro entre los personajes que se cruzan en la vida de Anne, personajes de toda índole en los que la mala comunicación parece ser el lugar común.

No es de extrañar, por tanto, que en la sala de espera de una consulta médica se prohíba el uso del teléfono. Si a la tensión del médico se añade la de una comunicación externa, el resultado puede ser catastrófico. Neurosis, estrés o catalepsia paralizante. De Anne Moore se sabe que tiene alguna enfermedad, pero Bolaño se cuida muy bien de no decir cuál, como en una conversación telefónica, esto es, para que el lector (o interlocutor) se monte su película en torno a esa enfermedad que la obliga a pasar un par de veces por el quirófano. ‹‹Un día cayó enferma y los médicos le diagnosticaron una enfermedad grave.›› El estilo en que Bolaño narra Vida de Anne Moore se podría considerar telefónico, por lo sumario, y sin embargo, más que el teléfono, lo que a menudo usan los personajes para mantenerse en contacto son cartas o postales. La vinculación literaria del correo postal viene de antiguo y nada tiene que ver con el teléfono, al punto de considerar el epistolar un género literario. Las cartas se pueden reproducir en una narración tal cual fueron escritas, dando fe de una voz y unas circunstancias, mientras que el teléfono no aporta sino una voz dentro de una conversación, y su aire entrecortado o contrito, por más que autores como José Ángel Mañas intentaran formalizarlo, nunca fue suficiente para introducir el aparato en la página escrita. Sirve de punto de giro o no sirve.

Escrito por Juan Bautista Durán