Éstos somos
Por Juan Bautista Durán
Que las bromas esconden cierta verdad lo saben hasta los más guasones, los que, por ejemplo, podrían soltar aquello de que el mayor enemigo de los libros son los libreros. ¿Y si así fuera? Que don Miguel nos asista. Ellos pueden hacer que un libro no exista, borrarlo del mapa, como se solía decir, del mismo modo que pueden convertirlo en el auténtico protagonista de una temporada.
El editor y filólogo Constantino Bértolo publicó este año ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX (Editorial Periférica, 2021), donde da cuenta de los títulos a su juicio más determinantes, los que habrían de servir para forjar una identidad social. Es algo a todas luces relativo, más aún inmersos como estamos en este tiempo líquido en el cual todo se pierde en las pantallas, libros incluidos. Es abrumador el peso que tienen las redes sociales para promover las obras literarias, siempre y cuando aparezcan junto a la persona adecuada y en la pose no menos adecuada. Los libros van quedando para la hora del té, es decir que ésta es nuestra identidad social, la que sobrevino al mentado siglo XX. De poco sirve que hayamos leído y apreciado Campos de Castilla, de Machado; La reivindicación del Conde don Julián, de Goytisolo; o Herrumbrosas lanzas, de Benet —tres de los títulos incluidos en ¿Quiénes somos?—, si de eso sólo nos queda la pose, el blablablá de la hora del té, que gracias a las redes sociales puede darse en cualquier momento del día. Y de la noche. Y de los tiempos intermedios.
La virtud del libro de Bértolo es que propone un recorrido muy variado, además de personal, personalísimo, con títulos de autores a los que trató de cerca. Pero variado, insisto, en eso no hay que negarle el esmero, muy propio de la Transición y de la apertura española en la que el propio autor participó como crítico y editor.
Entre los títulos seleccionados figura La sinrazón, de Rosa Chacel, publicada por vez primera en 1960 y reeditada por Comba —tras otras pocas ediciones— en 2015. Se trata sin duda de la obra mayor de Chacel, tanto por extensión como por densidad, especie de autobiografía de pensamiento que la autora traslada a su protagonista, Santiago Hernández. «La historia de un personaje que atraviesa su época, su propia vida, con el propósito, soberbio, de hacerse destino, de ser el que es», escribe Bértolo, que en otro punto habrá de destacar el peso de las ideas en la trama novelesca: «El mundo como pensamiento, como voluntad. La realidad considerada semántica. Las preocupaciones del protagonista se corresponden con las de quien se mueve en la estela de Ortega y Gasset. Siempre con las manos limpias, encuentra en la duda su verdad; se alimenta de ella, y de ella hace negocio, confort y adulterio.»
Chacel fue una autora compleja, muy suya, poco afortunada y menos ducha a la hora de ganarse simpatías y afinidades literarias. Claro que ni el exilio ni la condición femenina, en esa época, la ayudaron. En su correspondencia con Ana María Moix (De mar a mar; Comba, 2015) expresaba su contrariedad al saberse leída tan sólo por marisabidillas universitarias en vez de lectores de verdad. ¿Y éstos quiénes son, dónde estarán hoy día? La pregunta nos pilla cada vez más desamparados, fuera de lugar, a menos que nos atengamos a las consignas de las grandes empresas y sus famosos datos. Ahí están los lectores, al parecer. Haberlos, haylos. Otros serán luego los que acudan a las bibliotecas y las librerías para hacerse con las obras que desean leer.
Habría sido bonito que alguna librería hubiera dedicado el escaparate al libro de Bértolo, es decir, al suyo rodeado por los cincuenta y cinco que cita en él. No son pocos los que cuentan con edición reciente, sea en rústica o de bolsillo, pero accesible. Más de un lector se habría llevado una grata sorpresa, por no decir los propios autores, donde quiera que algunos —su mayoría— estén. ¿Con qué cara habría mirado Chacel a Bértolo? «Novela ambiciosa y de ambición cumplida —añade éste—, tragedia de la voluntad donde el protagonista acaba siendo víctima de la sinrazón.» Una mezcla de satisfacción y sospecha habría sido la suya, no me cabe duda, disimulada bajo la risa pícara que en algunas fotos saca a relucir.
Obras como ¿Quiénes somos? sirven para sacudir los mimbres de la actualidad y poner en valor no sólo una serie de títulos, que también, sino una tradición que se emborrona en la vorágine editorial y de mercado. Sólo gracias al empeño y criterio de algunos libreros, libros como La sinrazón y los citados más arriba siguen presentes y se siguen moviendo, por no decir catálogos como el de Editorial Comba. De lo contrario, estando los medios saturados y el mundo en severa confusión, queda todo en la innombrable distancia de un clic. De uno tras otro y al final nada, el verdadero enemigo.