Malditas imágenes

Malditas imágenes

Tras los atentados de agosto en Barcelona, cuyo drama no merece nuevos adjetivos, nos enredamos los españoles en cuestiones de política menor para tapar fallos en el funcionamiento interno de las fuerzas de seguridad y eludir de pasada la magnitud de la tragedia; es decir, que el origen y la causa de esa barbarie escapa a las medidas y costumbres de nuestra sociedad. Y a por ella van, nada menos. A los terroristas islámicos poco les importa el perfil político de quien gobierne el país, sino nuestro orden social, el modus vivendi que en Occidente se estila y cuyo fin, aunque parezca mentira, es el respeto y la erradicación de las ideas extremas.

Y tenemos miedo, claro, tenemos miedo porque detrás de nuestra sociedad hay una filosofía (un dogma, si se quiere) que rechaza esos actos y además no los comprende. Nosotros, los infieles, no sabemos dónde saltará la próxima chispa, a dónde habrá que mandar a los servicios de urgencia y por tanto poner el foco. Quizá ni los próximos terroristas los sepan. Quizá el próximo mártir todavía no recibió la bendición de su líder. Entonces le darán otra fecha, un silogismo similar al de Barcelona, a las 17h del día 17 del mes 8 (1+7) del año 2017, para que, más allá de la barbarie que logre perpetuar, alcance a poner su voluntad en la retina del mundo occidental. Habrá imágenes por doquier, una atención global que una vez más hará de la guerra el centro del universo. Lo dijo Homero, si bien con mejores palabras: el hombre se cansa de amar, de comer, de construir, pero nunca de hacer la guerra. Y en tiempos modernos, desde otro punto de vista, el ensayista francés Jean-Yves Jounnais razonó que la evolución del hombre está en la medida en que logra sobrevivir a la guerra. Pero la guerra permanece. Es un negocio; y una fe también, por la que ningún dios aboga pero todos la disculpan.

Uno puede renunciar a Satanás y al mismo tiempo ordenar la muerte de su mayor enemigo, como se ha visto numerosas veces a lo largo de la historia. Lo que es inaudito, en cambio, es la necesidad actual de fotografiar, grabar y dar viva constancia de las atrocidades. Parecían retrasados mentales los soldados estadounidenses que grababan sus vejaciones a los presos durante la guerra de Irak, lo parecen los neonazis que cuelgan en Internet vídeos de sus actos vandálicos, y de igual modo lo parece la gente que el 17 de agosto se dedicó a sacar fotos y grabaciones del caos generado por la furgoneta a su paso por Las Ramblas, víctimas incluidas. ¿Qué necesidad tenían? ¿No les bastaba con presenciar ese horror? Sorprende que tuvieran la suficiente sangre fría como para apostarse a un lado y sacar fotos con el móvil, cuando no vídeos, acercándose a las víctimas. Uno diría que esa gente estaba aliada con los terroristas y que su función era la de dar mayor cobertura al atentado, ya que lo natural en esos casos es ayudar o huir despavorido.

Lo de la fotografía es casi una ampliación de la barbarie. Imágenes e imágenes, vídeos y vídeos que circulaban a millones por la red y al fin sólo conseguían quitarles protagonismo a las víctimas en favor de los terroristas. A lo mejor alguien confiaba en tener material en exclusiva y vendérselo a un medio de comunicación; difícil empresa, sin embargo, puesto que los periodistas acudieron con prontitud al lugar de los hechos. Unos medios fueron más respetuosos que otros, está claro, pero en general la tónica fue la misma porque todos competían por el mismo material (hubo incluso algún periodista que se saltó las medidas de seguridad, es decir, el cerco de la policía, lo que en seguida fue censurado). El periodismo es esto, dijeron algunos en las jornadas posteriores, y a quien no le guste que ponga el Canal Disney. ¿En serio? Éste será el periodismo que más beneficia al enemigo, en tal caso, un periodismo al alcance de muchos puesto que más importan los hechos que las fuentes de información. Con la foto se acaba la noticia, en fin, fieles devotos de aquella simplonería según la cual más vale una imagen que mil palabras. Toda facultad de ciencias de la comunicación que se precie debería censurar este principio, más acorde para una educación artística, o bien, ahora que cada especialidad tiene su vía curricular, para estudiantes de imagen. Y aun así.

Las portadas de los periódicos mostraron todo tipo de ángulos del atentado, ya fuera con dibujos esquemáticos de los hechos o bien con fotos de Las Ramblas minutos después. En una de ellas se veía un quiosco medio chafado, una víctima siendo atendida, otra sin remedio y un reguero de palos extensibles selfie. Hay una decena larga en un tramo, el que abarca la fotografía, relativamente corto. Se entiende que la gente se sacaba fotos según andaba apelotonada por Las Ramblas. Y diez días más tarde, en la manifestación que hubo contra los atentados, lo que más sobresalía, entre banderas que no tenían lugar y proclamas circunstanciales, eran teléfonos móviles con o sin palos selfie. Esas fotos inundaron una vez más, aunque por otro motivo, las redes sociales, y una vez más demostraron lo débil que es el ser humano ante su propia evolución.

Escrito por Juan Bautista Durán