Tirarse la pera
La presentación en Barcelona de Salvo el poder tuvo lugar un sábado a la hora del vermut, en Balius Bar, coctelería del Poblenou hermanada con la librería Nollegiu, de mudanza en esas fechas: abandonaba su primer local en la calle de la Amistad para instalarse en la Juanita, antigua tienda de moda que de algún modo habrá de quitarle el nombre a la librería. ¿Se irá a la Juanita en vez de a Nollegiu? La presentación reunió a una treintena de personas, algunas de las cuales estuvieron al día siguiente en la cadena humana que ayudó a trasladar los libros del espacio original al nuevo, situados en calles paralelas. Bonita iniciativa, sin duda, así como la charla entre Ernesto Escobar Ulloa y Santiago Roncagliolo, plagada de interesantes y reveladores momentos.
«Si hubiera vivido el terrorismo con la edad que ahora tengo, habría tenido mucho más miedo —reconoció Escobar Ulloa—. Teníamos que salir, que vivir… éramos medio inconscientes.» Por entonces, ambos tenían entre diez y veinte años, y por mucho que vivieran en barrios acomodados, estaban expuestos igual a los cortes de luz y a posibles atentados. «Salías a la calle y en los muros ponía “salvo el poder, todo es ilusión”, frase de Lenin que Sendero Luminoso tomó y que básicamente significaba que nada importaba con tal de alcanzar el poder —dijo Roncagliolo—, ni los nuestros ni los suyos, ni las casas derruidas ni los constantes apagones. Debíamos ir con velas a las fiestas porque sabíamos que nos iban a quitar la luz, y todos aprendimos a sellar las ventanas con cinta aislante.» Esto duró cerca de doce años, muy presentes en el libro de Escobar Ulloa, desde el primer relato. También el título, por supuesto, referente al lema de Sendero Luminoso y que tanto juego da. Salvo… ¿quién? Salvo todos. O salvo uno mismo, más bien.
Escobar Ulloa se preocupa de reflejar en estos relatos la vida cotidiana, más que las cuestiones de poder o políticas, más que las intríngulis luminosas y sangrientas. Las muertes están detrás de la pobreza y el malvivir del pueblo, que de pronto —zas— se ve envuelto en un atentado, en una explosión, en un robo. «Habla de la violencia de un modo abstracto››, destacó Roncagliolo; y así es, se nota en los quehaceres y en la manera de reaccionar de la gente, más que por sí misma, como queda patente en el relato “Padres de la patria”. Ahí está la idea del libro, es decir que son los ciudadanos de a pie, con sus necesidades básicas, quienes forman la patria. En el Perú de los años ochenta, sin embargo, la mayor parte tenía que robar y delinquir con tal de hacerse con ello, al margen de andar a la expectativa, a ver cuándo iba a ser el siguiente atentando. Una bomba o un puñado de muertos más, por desgracia, no eran sino meras cifras que engrosaban las estadísticas. «La violencia goteaba hacia dentro —dijo Roncagliolo—, por más que vivieras en un barrio pijo e intentaras aislarte.»
Para Escobar Ulloa hablar de otra cosa, aseguró, habría sido artificial. «El terrorismo está en mi memoria —enfatizó—. Nosotros fuimos los privilegiados, y eso es lo paradójico, cómo nos las arreglamos para ser felices en ese momento. Había toques de queda, pero…» No podían quedarse en casa a perpetuidad y dejar de vivir, a eso se refería, no podían dejar de ser y de disfrutar, a pesar de la amenaza constante. En una ocasión se dio a la fuga hacia la sierra, zona de Sendero Luminoso, un hecho que asombró a Roncagliolo, conocedor de los controles e impedimentos que había en las carreteras. En casa dejó una nota para su madre, conforme se declaraba responsable de sus actos, pasara lo que pasase. «Me tiré la pera», dijo, expresión que en español ibérico significa hacer novillos. Hay personajes en Salvo el poder que se tiran la pera, como los protagonistas del relato titulado “Juegos Olímpicos”, y en parte quienes asistieron al acto se tiraron igual la pera. Abandonaron sus obligaciones familiares, sus compromisos deportivos, su compra semanal en el supermercado… para acudir a una charla entre dos peruanos en una coctelería, algo que ninguna suegra podría aceptar, una excusa inválida, una falta de respeto, un despecho a la familia.
Escobar Ulloa tomaba un gin-tonic y Roncagliolo un cóctel rojo que mandó rellenar un par de veces. También los asistentes estaban bien servidos, los que más con vermut, bebida oficial a esas horas y bebida inspiradora si uno anda en buena compañía. Merece la pena tirarse la pera por un vermut, y más aún por un libro como Salvo el poder, debut literario de un autor que sabe medir la tensión narrativa y habla de su aldea, como se suele decir, para llegar a la de todos. El brindis fue unánime, y aunque algunos no osaron entrar, por temor a colapsar el espléndido local, los que atendieron a las explicaciones de ese dúo peruano ejercieron de padres de una patria nada despreciable.
Escrito por Juan Bautista Durán