Alto grito amarillo

Alto grito amarillo

Ya van diecinueve Encuentros Albor, y parecía que nadie se había dado cuenta, sólo los que de manera directa o indirecta habían participado en los Encuentros. Al decimonoveno, sin embargo, acudió una cantidad de gente capaz de sorprender al más pintado, en la nueva ubicación del Barcelona Pipa Club (c/ Santa Eulalia, 29), espacio adecuado para este tipo de actos y para juergas de toda índole, después del ritual pipero de los socios. Ellos se reúnen en una sala privada, al fondo del fondo del local, para que nadie les pueda molestar, ni siquiera la aparición de un espontáneo con la cabeza caliente apelando a la patria y a la vulgaridad como otros apelan a la autenticidad. La diferencia es mínima, de más está decirlo, en unos gramos de equis o en una copa de más. El espontáneo tomó el escenario tras la lectura de Marina Perezagua para reclamar la atención que merecía su hermano, presente en el acto y autor del texto que el susodicho echó a leer.

Pasada la broma inicial, la astracanada tomó unos tintes violentos, al punto de que varios presentes tuvieron que intervenir con tal de que el acto pudiera desarrollarse conforme estaba previsto. En primer lugar, leyó el autor de origen congoleño Fiston Mwanza, seguido de Marina Perezagua, cuya novela Yoro tiene bastante que ver con el Congo, y finalmente Juan Pablo Villalobos, autor mexicano que supo tomar con humor la intervención del espontáneo. ¿Cómo hacer frente a la lectura en público de los escritores?, dijo al subirse al escenario, con una clara voluntad de quitarle hierro a la astracanada previa, a la locura del espontáneo, reducido al final contra una pared a manos de otros escritores salvajes. ¿Algún policía en la sala? No, la lectura no está llegando tan lejos, sólo en parte, en la medida en que un joven de no más de veinticinco años puede interrumpir un acto literario para reclamar la atención que su hermano merece, escondido éste en un rincón del Pipa Club, incapaz de decir esta opereta es mía. Gran lección para él, ante un público a todas luces neutral, el ridículo de su hermano en pos de un texto trufado de banalidades y lugares comunes, que se multiplicaban e incendiaban a cada momento, cuando la gente estaba pidiendo orden, que se retirara, que permitiera el correcto desarrollo del Albor. ¿Algún policía en la sala? A falta de las fuerzas armadas, buenos son los hombres de letras.

Nada tenía que ver el espontáneo con los Albor, encuentros organizados por la agente literaria Sandra Pareja donde se intenta dar voz tanto a autores reconocidos como a autores minoritarios, de modo que sus textos convivan y puedan nutrirse unos de otros. Impresionante fue en este decimonoveno Albor la lectura de Fiston Mwanza, puro vigor y pasión, interesante la de Perezagua y divertida la de Villalobos.

‹‹Y como no había manera de desmentirlos, los rumores crecieron en esplendor y realidad: cada hombre transformó el mundo en aquello que deseaba que fuese.›› La cita, de la escritora estadounidense Carson McCullers, es el lema que Pareja usó para este Albor. Sirve para el proyecto en sí, en verdad, cuya voluntad radica en dar relevancia a voces tanto poéticas como narrativas, con tal de crear un imaginario lo más ajustado posible a su idea del mundo. Los primeros Encuentros tuvieron lugar en el Glaciar, antiguo bar de la Plaza Real donde antaño se dieron los primeros premios Nadal de novela, y a partir del cuarto en el Barcelona Pipa Club, entonces sito también en la Plaza Real, lugar entrañable pero demasiado clandestino para seguir organizando cualquier tipo de actividad social. Por ahí pasaron autores de la talla de Javier Pérez Andújar, Gonzalo Torné, Chantal Maillard, Ana Nuño o Ignacio Vidal-Folch, entre otros, a quienes Pareja convenció para alumbrar ese rincón umbrío de la literatura, donde se lee por leer, por el mero placer de escuchar el sonido de las letras y de saberse escuchado, de tener un público y ver en su rostro el efecto de la lectura. Para eso hace falta alguien que tome las letras por amor al arte y sepa ver un diálogo en la diversidad creativa.

En el decimoséptimo Albor, por ejemplo, Matías Correa leyó un fragmento de Geografía de lo inútil, acompañado por el autor irlandés Colin Barrett y por Cristina Fernández Cubas, dama del cuento español, tan receptiva y astuta que habría sido capaz de convencer al espontáneo de turno para que leyera hasta extenuarse, hasta que nadie lo aguantara y se quedara afónico, consumido el físico por la voz, más raquítico a cada párrafo, a cada línea y a cada palabra, pero convencido de que leer en los Encuentros Albor es un privilegio al que sólo unos pocos tienen acceso. Entre ellos se cuentan, además de los ya citados, Marcos Giralt Torrente, Cristina Morales, Juan Gómez Bárcena, Andreu Jaume, Edgardo Dobry, Édouard Louis, Yannick García, Esmeralda Berbel…, nombres a los que el espontáneo quería añadir el de su hermano, con un texto rabioso y subversivo, de palabrotas ensangrentadas, poco inteligente para un marco que promueve la afinidad y devoción hacia la lectura. Los Encuentros Albor irradian un alto y sano grito amarillo, como diría Octavio Paz, una historia que trepa las páginas y se extiende.

Escrito por Juan Bautista Durán