Clase media
La escritora chilena Claudia Apablaza, editora también de Los Libros De La Mujer Rota, escribió en 2007 un revelador e inquietante relato titulado Mi nombre en el Google. ‹‹Cada noche busco mi nombre en el Google —dice al principio el narrador—. Hace exactamente tres semanas que no aparece nada nuevo. Esto me irrita, me molesta, me produce mucha rabia.›› Esta circunstancia llegará a no pocas personas, quienes cada noche, pues la noche es débil, teclearán su nombre en el ordenador o el teléfono móvil con la ilusión de encontrarse a sí mismos o de encontrar una nueva idea de sí mismos que otros habrán vertido. ‹‹A estas alturas —continúa el relato de Apablaza—, si no apareces en el Google, no eres nadie.›› Da igual a lo que uno se dedique, ya sea a las artes, a las leyes, a las finanzas, a la gastronomía o al deporte; en todos los campos Google sirve de expansión y de gratuito reconocimiento, ya que nada o casi nada cuesta, y nada, desde luego que nada, retribuye; pero hay que estar ahí.
Tantos personajes que quisieran saberse en Google, ya no tanto para tener noticias de su inmediato futuro, como le sucede al personaje de Apablaza, cuanto para tener conciencia de sí mismos en otro mundo que no es el suyo pero es el que desean, como muestra fehaciente de que dejaron atrás la realidad oscura en que les tocó crecer. Así andan los personajes de Salvo el poder, el esperado debut narrativo del periodista peruano Ernesto Escobar Ulloa, once relatos unidos por el sentimiento de desarraigo, de ser víctimas de hechos con los que nada tuvieron que ver, y cuyo peso, sin embargo, llevan a cuestas. Como resalta Santiago Roncagliolo en el prólogo, Escobar Ulloa se ocupa al igual que Ribeyro de la clase media, y cuando acude al poder es para sentirlo desde la maltrecha clase media. Su galería de personajes, en palabras de Roncagliolo, ‹‹está al borde del abismo. Y cada día da un paso adelante. Come en pollerías baratas. Esquiva furgonetas de transporte público como leones en un safari. Compra estampitas en puestos de la calle. Roba en centros comerciales emergentes››. La enumeración podría alargarse, con referencias directas o indirectas a dichos personajes, algunos de los cuales, si bien no se buscan en Google, sí lo usan para sacar información de su interés. ¿Y qué encontrarían en caso de escribir sus propios nombres? Nada bueno, probablemente, peor aún que el personaje de Apablaza, al que encima le falla la conexión. Quiere saber qué hay de nuevo sobre sí mismo, qué trae la prensa, si es que algo trae, e incluso los propios internautas. Pero internet da error una y otra vez, un hecho para nada aislado, frecuente igual en las casas humildes que en las de clase media, y quizá también, es un suponer, en las de la clase más elevada. Pero éstos… ¿qué buscarán, acaso también sus nombres?
Lo interesante de buscarse a uno mismo está en las asociaciones que Google hace, en función del nombre y de aquello que viene relacionado con el nombre, es decir, lugares, aficiones, amistades y vicios de la persona en cuestión. Google tira del hilo son compasión, listo para dar muerte al Minotauro y a la malsana curiosidad, para luego volver atrás libre de culpas. De los personajes de Escobar Ulloa revelaría no pocas tropelías, desde robos a colmados a integración en el Partido Comunista, pasando por el asalto a un burdel. Pero estar en Google, verse en Google, y más aún si es en la primera página, significa formar parte de las historia, desde ya, desde el momento en que el cursor se ubica junto al nombre y su leve tintineo acusa la historia viva. Todo así, tan rápido, antes incluso de que el periódico de la mañana traiga las noticias.
El personaje de Apablaza pretende saber a través de Google cuándo saldrá su próximo libro, un método para él mucho más eficaz que el clásico telefonazo al editor, si no fuera porque la conexión a internet le falla. Y esto es lo más certero. Internet falla, en los cuentos de Apablaza, en los de niños, en los de nunca acabar… y siempre por supuesto cuando uno menos se lo espera. Los magnates y hombres de negocios hechos a sí mismos que lo gestionan no son más que espabilados ladronzuelos que nunca perdieron el tiempo buscando su nombre en Google, si acaso en burdeles cinco estrellas, en los mayores saraos, donde la conexión nada tiene que ver con la que ofrecen y cobran a la sufrida clase media de Ribeyro y Escobar Ulloa, esa clase, a fin de cuentas, tan necesaria para la estabilidad social y económica y mental.
Escrito por Juan Bautista Durán