La piel del otro
Sobre los escritores dijo Rodrigo Fresán que son aquellas personas que durante la infancia aprenden a refugiarse en sus propias fantasías, en la voz de algún piadoso narrador en lugar de las voces de quienes les rodean. Es una cuestión muy latente esta del momento en que un escritor empieza a serlo, seguida de su misma condición. ¿Qué es un escritor? Aparece lo mismo en sesudos ensayos que en debates de poca monta, ya no tanto en prensa, quizá, como al calor de la barra de un bar, entre canciones trilladas e ilusiones sazonadas.
La fuerza del yo es la que determina la vocación literaria, aunque ese yo, por más paralelismos que tenga con la infancia, no tiene por qué darse entonces. No son pocos los escritores cuya vocación se confirmó más adelante, en edades incluso maduras —Eduardo Lago, Gesualdo Bufalino, Alberto Méndez—, y no por ello su creación es menos imaginativa ni se resiente de la espontaneidad y el brillo propios de las edades mancebas. El hombre es imaginación y deseo, pero también, como repitió infinitas veces Ortega y Gasset, él mismo y sus circunstancias, que son al fin las que dan más o menos cancha a sus apetencias.
El verdadero escritor surge ahí donde parece que no hay nada ni nadie, en la última frontera, en palabras de Octavio Paz, con un discurso, ya sea narrativo o poético, que rompe los moldes preestablecidos sin importarle demasiado en qué grado los suyos van a adaptarse. El propio Fresán es un ejemplo de escritor ubicado en un confín, con una obra que bebe en mayor medida de otra tradición, la norteamericana, pero se inserta en las letras hispanas, para alegría o disgusto de quienes se hayan adentrado en sus páginas. A cada libro da un paso más en busca de esa frontera ficticia que lo defina y consagre. ‹‹Quien cree en el amor —decía en uno de sus primeros títulos— está capacitado para creer en cualquier cosa.›› Motivos como éste son a la postre los que determinan la trayectoria de un autor (lo mismo sirve esto para cualquier otra arte) y marcan la frontera en que va a ubicarse, el espacio en torno al cual va a crear su imaginario.
Más que la infancia, a la hora de urdir los primeros pasos de un escritor tiene un peso significativo la juventud y su inherente disconformidad. También la mentira, por supuesto, elemento de lo más creativo. Ya lo dijo Onetti, aunque en otras palabras: ‹‹empecé a escribir cuando tomé conciencia de la mentira››. El caso de Onetti es el de un autor que desde muy pronto fue escritor, a su manera, claro está, gracias a unos diarios personales en los que nada era verdad y se divertía leyéndoselos a su hermana. El entorno del escritor en su primera juventud, tanto físico como social, es clave para su obra posterior. Por lejos que se vaya o mucho que quiera disimularlo, de ese entorno inicial dependerá su capacidad para creer en el amor, siguiendo con la cita de Fresán, y de ahí su voluntad literaria derivará hacia uno u otro lado.
Lo que no está nada claro, sin embargo, es la sentencia tan socorrida de que cada escritor escribe el libro que quisiera leer. Esta idea se confunde con el hecho de que todo autor se inmiscuye en una historia porque quiere, en primer lugar, encontrar y sacar algo de ella, y en segundo lugar, a poder ser, transmitir ese conocimiento a terceros. Pero no para ser el lector ideal del libro, sería absurdo. No es cuestión de ponerse con la escritura de un libro que nos vaya a dar rabia o náuseas leer, esto es obvio, pero de ahí a ser el lector ideal hay un trecho. La literatura debe hallarse en un punto intermedio, muy cerca del autor, sí, en las entrañas mismas, pero lejos de su ego; es decir, ahí donde uno habla de su aldea de tal manera que cualquier lector pueda ver en ella un reflejo de la suya.
El escritor dará forma a su imaginario, ésta es su labor, y para ello miente y falsea cuanto la verosimilitud le permite. Acude también al encuentro de numerosos personajes, a veces demasiados, salidos unos de la barra de un bar y otros de las regiones más íntimas, pero todos responden a la necesidad final de ser otra persona. Una, dos, tres o las que hagan falta. ‹‹Me interesa la literatura como posibilidad de ser otro››, dice Andrea Jeftanovic, y éste es el punto en que el escritor se hace, cuando ya no sólo se trata de llevar la contraria, sino de ponerse en la piel del otro.
Escrito por Juan Bautista Durán